martes, mayo 06, 2008

LAS RANDAS DEL PERFUME


Desde luego llama más la atención el caso de un cómico fuera de sí e interesa al punto de lograr minutos en los telediarios, al igual que los políticos con “tronío” encuentran nuevas plataformas de oración en los espacios “rosa” de la tele. Ocurría la semana pasada al igual que sucede todos los días en las calles lo que enseguida referiré. Porque, sí, acontece algo extraordinario, lo que otrora fue fantástico y hoy es cosa perfectamente comprensible. El caso es que, muchos estuvimos convencidos de la rarísima estampa a la que dieron lugar presentadores y presentadoras de los informativos en televisión. Creíamos que eran individuos, hombres y mujeres de una constitución especial: digamos que mutantes. Seres en simbiosis con la máquina, bustos parlantes según los que acuñaron el dicho. Luego, a la vez que iban levantándose del sitial en los estudios para enterarnos de alguna nueva, comprobamos la normalidad de su aspecto. Una forma de presentarse idéntica a la de los chóferes de autobús urbano. Ahora que un trabajador sustituye al hasta ese momento de turno- siempre a la hora de los relevos- sabemos que nunca fueron el centauro alimentado por hidrocarburos que hubiéramos jurado al volante de cada uno de esos mastodontes que cargan, llevan y traen ciudadanos repartiéndolos por todas partes de la urbe. Pero seguro que éramos más de dos los que imaginábamos yo que sé qué cosas al realizarse el reemplazo laboral que corresponde después de cada ronda en las cocheras de la empresa concesionaria, cuando era allí el lugar de tales operaciones… Pues bien, son tipos, también hombres y mujeres, hechos y derechos, concluidas y sin mácula, como cualquier otro hijo de vecino. Viajando a las horas oportunas se ve: arriban a los coches de servicio una vez han aguardado ante las marquesinas más insospechadas. Son multitud, lucen sus uniformes perfectamente planchados y tienen dos piernas, pubis, y glúteos más o menos voluminosos. Lo son, las “choferesas” también, con barriga, celulitis, luenga melena o escasa trama pilosa. E igual que ellas, salvo en lo profesional y las intenciones, las randas del perfume, rateras especializadas en el uso de pulverizadores de fragancias para perpetrar sus crímenes: hembras dotadas de lo que hay que tener como ser humano femenino sólo diferenciadas de las demás en su ánimo delictivo y su gusto por la desmesura a la hora de emplear aromas que acentúen sus encantos. Precisamente es esta facultad, atributo al que algunos llamarían extravagancia, la que las habilita para conseguir sin resistencia todo lo que de valor esté en esos instantes en poder de sus víctimas. Ellas, como usuarias de substancias que impregnan el ambiente de poderosísimos olores, aguantan sin problemas el exceso a la hora de vaporizar, por ejemplo, un producto que huela a rosas. Entonces, proceden con sigilo y aprovechan una de esas paradas, de las de relevo, que se demoran más allá de lo que supone la subida y bajada de viajeros, para obrar en su beneficio: sacan del bolso el aerosol secreto y ya no hay quien permanezca consciente. Y todo porque huele muy bien, demasiado… Es verdad que hay algunas mujeres que aguantan el envite y quedan solamente medio desvanecidas, pero, tal vez apuradas en su debilidad, optan por solidarizarse con la malhechora. Sobre todo al comprobar que, apercibida ésta de la falta de efectos en sus personas, vale más conducirse con ellas de una manera distinta: aunque solo sea para recompensa de todas... Yo aún no he sido víctima de una de esas damas tan peligrosas en los transportes públicos. Sin embargo, es cierto que, al entrar en el ascensor de la finca en la que vivo, ya en más de una ocasión, retengo el aire en mis pulmones y aguanto la respiración porque, al acceder a la escalera, la vaharada de uno de esos embriagadores perfumes a metros cúbicos diseminado puede originar en quien lo sufra descalabro sin paliativos a la voz de ya. Ya, ni siquiera en la propia casa puede estar ya uno seguro.


randa.
(Etim. disc.).
1. m. coloq. Ratero, granuja.
2. f. Guarnición de encaje con que se adornan los vestidos, la ropa blanca y otras cosas.
3. f. Encaje de bolillos.
4. f. Mar. Cabo con el que se aferra o se toman rizos a una vela

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