Convocado mediante los estímulos habituales, emergió de su abatimiento cual atlética estrella de la danza. Vibraba magnífico y pensó que bastaría con un par de eficaces acometidas, aunque predominantemente llenas de lirismo, para alumbrar desde su único ojo el electrizante fluido con el que embadurnar la vida. Mas hubo de obrar entre jornalero y empecinado- ora bombero “reducellamaradas”, ora avezado espeleólogo volcán adentro- siempre a la orden y de sobrada contundencia para, exponiéndose a la ingobernable succión de carnes adentro, apaciguar los hervores que suelen registrarse en El Templo de las Calderas…
Luego, bien rebozados los amantes de sí mismos, contentos de sus sexos y de su pericia, durmieron en paz y en paz se acaba este cuento.
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