miércoles, julio 22, 2009

UNA DE VERANO YA SIN MERCURIO




Andan por ahí, invisibles pero ciertos. Incluso en días como hoy muerden, acogotan al propio y al prójimo cuando en número incontable simulan alzacuellos ardientes, celadas opresivas cual hubiera diseñado el mismísimo Jack, y revisten molestos la paz de todo viandante. Sufrimos así el ministerio del calor, una consagración, un sacerdocio que solo consideran sublime los que han logrado mutar, como dicen que lo hizo Michael Jackson, pero al revés… Mas, prosigo… son muchos, innumerables, nada envidian a los microorganismos a la hora de colonizar el mundo. Tantos son que, esta compañía suya, pudiera suponer la invasión marciana que se temió inminente durante la edad media del siglo pasado. Los presentes en recintos donde predomina el agua o aquellos que pugnan por la arena con los bañistas a la orilla de la mar, tienden a ser Celsius, grados más amables y comprensivos, como los que aguardan el paso de cualquiera de buen ver a la sombra de una terraza. Pero esos Fahrenheit malvados y sospechosos constantes de todo lo que pueda ser liquidación de la cultura o el entretenimiento escritos, o los Kelvin, siempre soberbios y gamberros como macarras de barrio, incapaces de otro saber estar que no sea abrumar con su aliento de planicie desértica, calcinan las calles e intermedian con los humores del infierno… Así que en días como hoy, los grados son inamistosos pobladores de lo cotidiano contra los que caben pocas maniobras: ¿residencias para uno en frigoríficos subvencionados por el Ministerio de la Vivienda de España? ¿Barreñito automóvil con ducha individual para circular por las calles? ¿Regreso al barro tratado con anís antes de contener agua que tomaremos por su buen pitorro y al hábito de la muñeca que no se rompe y rasga abanico mediante? No, no, no. Propongo una iniciativa municipal consistente en contratar a una nueva remesa de parados, ya que hay tantos, a fin de irlos disponiendo por plazas y paseos y que actuaran como aquel empleado de riegos de la película de Almodóvar, LA LEY DEL DESEO: del mismo modo que, cuando fue reclamado por el travesti Tina- Carmen Maura- (“Riégueme, riégueme…”) accedió a sus deseos, obrara con nosotros generosa y muy acuosamente. Claro que con el caudal que trae el Binalopó y la guerra de las aguas, igual hay que emplear embotellado mineral o gaseosa. Pero era una idea. Dicho está aunque estas angustias no se midan ya con mercurio.

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