domingo, octubre 29, 2006

AMARRADOS CON KILLING ME...


Cada vez que escucho Killing me softly whith his song- Suavemente me mata con su canción- la pieza cantada que hizo universal Roberta Flack, recuerdo una época y, desde entonces acá, toda una vida. Este verano regresó a mí, gracias a los muy cariñosos desvelos de una bandida ilicitana, domiciliada entonces en su reducto de descanso, Calle de la Mar Preciosa, muy cerca de los cariños de Maru. La recibí en soporte CD y, como los clásicos, es escucha venerada cada vez que la ocasión musical da lugar al esparcimiento. Mas, menciono todo esto tras una de mis investigaciones virtuales, luego de la cual encontré la web de un periodista alicantino autor de una columna- escrita en fechas pasadas- en la que, con el pretexto de la comparecencia artística de la cantante americana en el Festival de Jazz de Alicante, hace repaso a una edad de su vida- la del autor del texto- que tuvo por banda sonora la canción dicha.

Entonces, por las razones que anteceden, aparece seleccionado a continuación, el texto al que hago referencia pues me parece, cuando menos, curioso...



Amarrados con Killing me...


por JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [http://www.joseferrandiz.com/]

No sé a usted, pero a mí la presencia de Roberta Flack en el Festival de Jazz de Alicante me resulta excitante. Todavía conservo el single de los años setenta con aquella composición lenta titulada «Suavemente me mata con su canción». A ese single le debo los arrumacos más premeditados de mi adolescencia temprana, cuando amigos y amigas quedábamos a bailar y llevábamos uno de aquellos tocadiscos de pilas. Eso ocurría en un pueblo pequeño y los bailes los organizábamos en un caserío deshabitado, al aire libre, junto a una balsa que todavía está, o en una cochera. Cuando tocaba la cochera el ritual que nos montábamos con Roberta Flack era sublime: los chicos, a los que siempre nos ha gustado bailar las tonadillas lentas bien seguros, amarrados a la pareja para no caernos, descubrimos que su pieza duraba algo más de seis minutos. Era la más larga del repertorio de discos disponibles, por eso mis compañeros, cada vez que se acercaba la tarde del guateque, me mimaban mucho: «Que no se te olvide el de Roberta Flack». A mí, claro, no se me olvidaba, entre otras cosas porque el ritual lo teníamos muy ensayado. El que hacía de pinchadiscos se convertía en cómplice perfecto. Nos acercábamos a él con sigilo y le preguntábamos: «¿Cuándo vas a poner el de Roberta Flack?». Y él nos informaba: «Dentro de tres canciones, si queréis apago la luz». Esa señal nos ponía en ventaja, pues cada cual le pedía bailar a la chica que le interesaba en el mismo momento en el que la aguja se posaba sobre el vinilo esperado. Y entonces venían seis minutos y pico de lo más sugerentes, pasara lo que pasara, minutos en los que la cantante americana nos mataba suavemente, muy suavemente, con su canción. Creo que las chicas, que a menudo exhibían una fuerza considerable en los brazos para mantener la distancia, descubrieron el truco porque una tarde el pinchadiscos la puso seis veces y a la séptima protestaron: «¡Pero bueno, otra vez la misma!».

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