jueves, octubre 05, 2006

HOSPITAL A VOCES


Me acuso de ser espectador voluntario y atento de series televisivas que recrean la vida de profesionales de la medicina y espacios dedicados a ello. Podría hacer una lista que supusiera además el repaso a varios años de historia de la tele, pero es innecesario abundar en ello: importa más detenerse en aquellos aspectos de la realidad que se evitan al ofrecer desde la ficción un producto para solaz de las personas. Apunto pues que, a salvo de las virtudes, aciertos y progresos atribuibles a la ciencia y práctica médica, consideraciones que se han de extender a todas las personas que obran en pos de la excelencia, en lo que respecta a los recursos sanitarios, acudir a un hospital, ora como paciente, ora como visita, es algo que, en demasiadas ocasiones, se parece a una cita de camaradas en el bar de la esquina. Por ejemplo. Los decibelios habituales medidos en un lugar de ocio dónde la gente no solo grita, como es costumbre española, sino que escucha a gran volumen la televisión, el “tirurirori” de las máquinas tragaperras y el ritmo verbenero del “hilo musical”, comparativamente, no distan mucho de los que podrían registrarse en una planta cualquiera de las casas de salud que existen en todas las ciudades. Los trabajadores de tales centros, según se puede comprobar si se dan las circunstancias de pasar unas horas en tales compañías, actúan como voceador de mercado, no regatean golpes y brusquedades de todo tipo, utilizan materiales de transporte, carros y carretillas que suenan como trenes del pleistoceno y, todo esto, claro, no aparece en las series que mencionaba al iniciar esta redacción. Sin embargo, que la proliferación del caos ocurra donde, en teoría, debiera imperar el silencio y la templanza, no es responsabilidad única de los que desempeñan allí sus labores. No, ni muchísimo menos. Los familiares, amigos, vecinos y conocidos de las personas que ocupan cama en las plantas y departamentos útiles al efecto de ser tratados, son actores destacados en toda esta opereta del despropósito... Teléfonos móviles que suenan a su máxima potencia, conversaciones sostenidas cual se realizarían en la taberna más próxima, afluencia de humanidad similar a la registrada en cualquier medio de transporte público en horas de ocupación hasta los topes. Golpes, demandas y ruido, ruido y más ruido. ¿Por qué? Pues no me lo explico, es muy difícil entender cómo en recintos en los que debiera obrarse y estar casi como en un templo, puedan ser tomados por terminal aeroportuaria cuando se acumulan retrasos en llegadas y despegues, si se tiene en cuenta el estrépito que en ellas se produce. Y esto digo, no sólo se evita en las películas que contemplamos tras los telediarios nocturnos, sino que, supongo que cómplices del desaguisado, callamos antes las instancias que puedan mediar a fin de tomar las decisiones que sean necesarias. Por lo tanto, el escaso progreso social y humano de nuestra especie, se hace patente una vez más. Si nuestra forma de contribuir al rápido restablecimiento de las personas que atraviesan un momento delicado de salud es réplica de lo hasta ahora relatado, la naturaleza de los enfermos, no sé si por su propia fortaleza o persuadida de querer abandonar un territorio notorio a causa de tal cúmulo de insensateces, da lugar, en una suma de casos importante, a mejorías rayanas en el “abracadabra”. Y, parezca exagerado lo que digo o no lo parezca, por el bien de los que quieren recuperar la salud, que así sea. Ojalá cada vez más fruto de la cordura que a instancias del sortilegio, pero que así sea.

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