Tengo fama de "buchón" y mi aspecto no hace sino confirmar esas espectativas. Y como esta tarde fui acusado, injustamente, de saltarme todas las reglas del comedimiento "despachándome" una ensaimada como poco, busco en la lírica amparo y sin querer dar respuesta con lo que sigue, cumplo con la determinación de alternar prosa y poesía en este blog. De lo de mis apetitos, solución otro día.
Catástrofe en la cocina
de Luz Méndez De La Vega
El silbato de las hirvientes jarrillas
rompe el silencio oloroso a cebolla
en las limpias y pacíficas cocinas
que se llenan de su música arcaica
de viejo ferrocarril en miniatura.
Las jarrillas de silbato
han sido hechas para aquellos
que olvidan siempre
apagar la hornilla, como yo,
para preocupación tuya.
Hoy, estrené la jarrilla
esmaltada de rojo y asa negra
que confiados compramos ayer
para evitar catástrofes frecuentes
por mis constantes olvidos.
Al principio fue sólo su "gor-gor'
suave como ronronear de gato
el que cautivó embelesada.
Luego, fue su agudo silbato
-imperioso y mágico-
el que hizo irrumpir en mi cocina
sobre los rieles del ensueño,
oloroso a caña y cintronela,
el verde campo de la costa
con sus sembrados de milpa y banano.
El paisaje parpadeó veloz
por las ventanillas
del ruidoso tren
de negra y humeante locomotora
que me llevó
-adolescente en vacaciones-
entre campanas, banderazos
y olor a petróleo
hasta la vieja estación
del pueblo de mi abuela.
Y así, sobre la locomotora
roja y negra de mis sueños
alucinada por el silbato
de mi nueva jarrilla
me olvidé, otra vez,
-para desesperación tuya-
de apagar la hornilla.
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