domingo, noviembre 25, 2007

DE ALGUNAS TREGUAS Y SU VENENO


No tendría inconveniente en decir lo cierto si fuera algo distinto de lo que he de afirmar así se conozcan los motivos de la “parrafada” que sigue, pero la verdad es la que es. Coincide que hoy, día 25 de noviembre se celebra, si así pude decirse, el Día Internacional Contra la Violencia Sobre las Mujeres y me pongo a escribir cuando el impulso para expresar lo que sigue surgió durante la semana pasada tras la visión de un programa televisivo en el que se mostraba la realidad de unas cuantas mujeres víctimas desde la tortura a la muerte en una escala de amenazas y ejecuciones atribuibles solo a los que en su día dijeron amarlas. Porque, luego de lo visto, me espantó y me espanta, no ya la muerte, no ya las atrocidades que se suman al horror, sino la supuesta calma originada tras la encarcelación de uno de esos marranos capaces de ensuciar a la humanidad en su mismo nombre mediante la crueldad de sus muy reprobables actos. Contemplar a la justicia en su imperio dando satisfacción a lo requerido siempre según las leyes actuales, supone, en el mejor de los casos una larga tregua. Es lo que ocurre cuando, tras anunciarse la condena que corresponda, a pesar de las órdenes de alejamiento y los destierros, el violento hace todo lo posible para vengarse como si cada una de las horas que vivió como penado hubiera sido tiempo para alimentar una sola esperanza: salir y acabar lo que se aplazó por culpa de la ley. Para muchas de esas personas, de esas mujeres que tuvieron la suerte de advertir la gravedad de lo que conlleva ceder o apiadarse del sujeto maltratador y, en consecuencia, denunciaron su caso, incluso para las que vieron como los medios que el estado ha puesto para reducir la incidencia brutal de lo que se llama violencia machista o violencia de género llegan a funcionar, la perspectiva de hallarse en el centro, en el ojo de un huracán en su día desatado y que estallará de nuevo turbulento coincidiendo con la fecha de liberación del penado, es algo que a mí acabaría por anularme como ser libre y cabal. Saber que la pesadilla retornará a plazo fijo es una noticia terrible para la cual ni el legislador, ni el juez, ni la cárcel ni la ciencia, han ofrecido mejor respuesta hasta ahora. Ellas, sin embargo, aguantan y no mueren de verdad hasta que las matan. Un itinerario realizado en compañía del miedo, del dolor, de la vergüenza, un camino cuyos resultados deberían soliviantarnos hasta el punto de exigir algo más a aquellos a quienes hemos cedido los derechos de nuestra administración. Porque, desde mi punto de vista, hasta que todos los estamentos mencionados anteriormente, sean capaces de inventar y corregir en la medida que convenga evitando los días y las noches sin descanso a cada una de las afectadas por la degradación más repugnante que pueda consignarse atendiendo a su procedencia, creo que no cabe cosa mejor que establecer la cadena perpetua. Se dice que nuestro sistema es notablemente “garantista” y en verdad lo es, pero exponer sicológica y físicamente durante segundas partes a quienes ya pasaron por una fase dolor y sangre injusta entre las injustas, es permitir un nuevo martirio o “arriesgarse con todo éxito” a reeditar la locura de creer que el día que amanezca será aquel en el que lo que se creyó desterrado para siempre regresa imparablemente. Estos delitos, todos aquellos que conllevan agresiones sexuales y los que se consideran crimen por muerte humana, deberían tener como respuesta social el encarcelamiento del culpable hasta el fin de sus días. Al menos claro, que se persuada a la ciudadanía mediante la educación sobre todo, de lo intolerable que es admitir todo derramamiento de sangre sin hacer nada que prevenga unos números estadísticos crecientemente adversos. Me gustaría saber que eso figura en el programa electoral de algunas de las fuerzas que concurrirán dentro de unos meses a las urnas con el verdadero propósito de que se lleve a cabo. Quizás entonces esta vez sí. Esta vez alguien recibiría mi voto.

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