Etérea cortesía
Por Roberto Bañuelos
Llegué al baile una hora tarde y más allá de la mitad de un vals vienés. Entre las resignadas que sonreían al aire en espera de ser invitadas a bailar, descubrí a una que me pareció hermosa a pesar del excesivo maquillaje. Cuando llegué ante ella, se levantó y propició el convencional abrazo al mismo tiempo que el vals daba vuelta a un frenético foxtrot.
“Perdóneme", dijo entre apenada y sonriente, "pero yo no estoy acostumbrada a estos ritmos modernos". “Hoy me dieron permiso de visitar el mundo de los vivos: soy el fantasma de una puta del siglo pasado. Buenas noches”.
Por Roberto Bañuelos
Llegué al baile una hora tarde y más allá de la mitad de un vals vienés. Entre las resignadas que sonreían al aire en espera de ser invitadas a bailar, descubrí a una que me pareció hermosa a pesar del excesivo maquillaje. Cuando llegué ante ella, se levantó y propició el convencional abrazo al mismo tiempo que el vals daba vuelta a un frenético foxtrot.
“Perdóneme", dijo entre apenada y sonriente, "pero yo no estoy acostumbrada a estos ritmos modernos". “Hoy me dieron permiso de visitar el mundo de los vivos: soy el fantasma de una puta del siglo pasado. Buenas noches”.
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