Mentiría si dijera que, de entre mis sentidos, es el olfato el que ejercito con más éxito. Sin embargo, hace un minuto, viniendo de la cocina hasta la sala de este piso nuestro, mientras convocabas a Morfeo a fin de reposar felizmente, te reconocí acompañándome… Nada digo de desdoblamientos ni de otras presencias paranormales. Es que el aroma de esos pitillos que fumas, los de todos los días, los que, sin duda, pasan desapercibidos para mí después de la incandescencia habitual y propia de antes o después de las comidas, quizás como otras veces, columpiándose sobre las moléculas de aire en ese momento estanco porque las ventas permanecen cerradas- el otoño reclama ya su óbolo de austeridad y abrigo- esa emanación, digo, ha sido detectada por mi pituitaria. Es un olor que no identificaré como pigmento que te represente, pero, sin ser tu perfume, sin resultar fragancia personal o artificial que constituya seña o razón de ti, ahora es la prolongación de los besos con los que nos hemos dado las buenas noches, de los abrazos, del cariño, en fin, sin aspavientos ni otro exceso sentimental. Fue la ocasión para la ternura última de todos los días y reconocerte aún conmigo, puesto que reconozco tus rastros, porque sé de los entresijos de todo lo que supones, me llena de contento. Yo no sabré expresarte mi amor tan a menudo como a ti te gustaría, ya sabes que los hombres somos de un solo aserto y, dada nuestra palabra, semejante al monolito que siempre está a la vista- constante justificado por nuestros propios actos, según confiamos- descartamos abundar en lo que, por otra parte, vosotras necesitáis tanto. Así que, sin oropeles, sin ecos de las voces de los poetas, nada más y en breve, TE QUIERO… Por cierto, ¿me das fuego?
miércoles, octubre 21, 2009
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