sábado, febrero 02, 2008

CUENTO DE LA LUZ


CUENTO DE LA LUZ



Por Liliana Cristina Cinetto




Inspirada en la leyenda del isondú de origen guaraní.




Cuentan que hace muchísimos años, Tupá, el dios del bien, creó la tierra, las aguas y los cielos. Añá, el dios del mal, estaba tan celoso de él que no hacía más que pensar cómo podía arruinarle su hermoso trabajo. Así fue como le aplastó un par de montañas y desvió los cauces de los ríos.Fue entonces cuando Tupá decidió crear a los seres con vida que iban a habitar este mundo. Comenzó por las plantas. Primero alfombró la tierra con hierbas y musgo. Luego perfumó las flores y las pintó con los colores del arco iris. Por último decoró los árboles con hojas y frutos.Casi se desmaya Añá al ver tanta belleza. Se quedó encerrado en su cueva días y días refunfuñando y pataleando.Mientras tanto, Tupá, el dios del bien, continuó trabajando en su obra y creó a los animales. Trenzó rayos de sol para darle vida al pez dorado; cosió un vestido para el yacaré con retazos de líquenes; afiló una por una las garras del yaguareté; hilvanó hilos de lluvia para que la ñandutí tejiera su tela de araña; les enseñó a cantar a los pájaros, a nadar a los peces, a saltar a los monos... Con un amor y una paciencia inagotables fue poblando la tierra, los cielos y las aguas de seres únicos y magníficos.Y un día creó al hombre. Se afanó más que nunca en la tarea porque lo hizo semejante a él y al verlo palpitar de vida, dicen que Tupá lloró emocionado como un padre que abraza por primera vez a su hijo.Para esa época, Añá volvió a las andadas. ¡Cómo se enojó cuando vio las maravillas que Tupá había creado! Pero lo peor de todo fue cuando se topó con el hombre. De la rabia se le torció la boca, se le enredó la cola y se le pusieron los pelos de punta. Juró y rejuró que iba a arruinar a ese ser del que Tupá estaba tan orgulloso. Y fue así que desató tempestades, desbordó los ríos, resecó los frutos jugosos de los árboles... Sin embargo, Tupá protegió al hombre de las maldades de Añá, empleando todo su talento para revertir los daños que intentaba causarle.Una vez, Añá trajo un viento helado del sur pensando que el hombre con su piel fina y delicada no podría resistirlo. Tupá lo vigilaba de cerca.Cuando comprendió que el manto de frío podía matar a su criatura, le entregó su obsequio más preciado: el fuego.Junto a la primera hoguera, el hombre se reconfortó con el calor. Añá se retorcía de rabia y sopló con todas sus fuerzas para extinguir las llamas. Pero en lugar de apagarlas, las reavivó y miles de chispas saltaron del fuego y se desparramaron por todos lados. Ciego de furia las persiguió alocadamente de aquí para allá.Tupá, muerto de risa, decidió jugarle una broma y para confundirlo, transformó las chispas en isondúes, pequeños y mágicos bichitos de luz que Añá intentó alcanzar inútilmente.Desde entonces, los isondúes vuelan nerviosamente encendiendo y apagando su luz como si Añá todavía los persiguiera.

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