lunes, febrero 11, 2008

MUJER DE TINTA


Merece la pene dedicar una parte del tiempo propio leyendo lo que sigue y es un lujo...




MUJER DE TINTA




Por José Luis Alvite




EL FARO DE VIGO 9 DE FEBRERO DE 2008




La primera vez que la vi era madrugada y sólo quedaban en la calle el escombro de la lluvia, la brisa desplomada en las banderas y las estoicas luces de la ciudad". Así empieza mi columna de hoy y tendría que seguir en ese tono de serena soledad si no fuese porque cuando uno se planta frente al teclado le asalta a menudo la tentación de borrar lo que haya escrito y tomar otro rumbo. Del mismo modo que todas las combinaciones del premio están de antemano en el bombo de la lotería, las posibilidades de la gramática empiezan siendo un poco de tinta guardada en un tintero. En la afortunada conversión de la gramática en literatura tiene mucho que ver la habilidad de cada cual para estirar esa tinta en el papel. Manejada con torpeza, la tinta se convierte en una mancha y sólo si se acierta a estilizarla surge el fluido de la sintaxis en cuya depuración sobreviene de tarde en tarde la magia del Arte. ¿No es acaso la aromática coloración homogénea de la cara de una mujer el resultado de haber sabido extender con las yemas de los dedos sobre su tez lo que no eran más que cuatro pequeñas manchas de maquillaje en la nariz, en la frente y en los pómulos de un rostro en blanco? ¿Y no resulta acaso interesante contemplar durante la cena el rostro de cualquier mujer flambeado en la llama de una vela o discretamente velado por el visillo del vapor que desprende el consomé? Nada que puedas imaginar queda fuera del alcance de la literatura. Puedes trasladar a París el encuentro con el que empieza esta columna, cambiarle la noche por el día, salpicar la calle de tiendas, de taxis y de chiquillos, y tropezarte con la chica de la historia en "uno de esos cruces de calles en los que incluso parece lencería la basura que arrastra el viento", o acaso prefieras dar con ella "como resultado de haberle seguido por el vestíbulo de aquel hotel en Nairobi el rastro al extraño ejemplar del "Financial Times" entre cuyas páginas acababa de leer durante el almuerzo la noticia de un grave revés bursátil retocada con el rimel de una lágrima mientras las aspas del ventilador esparcían el calor, el humo y la malaria". Todo depende de cómo prefieras estirar la tinta sobre el papel. Puedes devolver el líquido al tintero y empezar de nuevo, decidido ahora a que sean distintos la chica, el tiempo y la pasmada luz de las aceras: "Fue en Londres, una nubosa tarde de enero en la que escuché el sonido de la lluvia sobre su gabardina como si lloviese la calderilla del agua sobre la tersa pantalla de un cine, mientras las primeras luces de la ciudad se esfumaban en "off" entre la niebla devanada del río". Pero sea París, Londres o Nairobi, siempre podrás dejar abierta la posibilidad de suponer que "aunque hace muchos años de aquello, recuerdo que bailamos juntos en aquella mentolada "boite" casi sin gente en la que la sombra de nuestros cuerpos incandescentes y paganos proyectaba sobre la pared, como una penumbra de franela, la arrodillada silueta de un fraile". Y si todavía queda algo de tinta en el tintero, puedes elegir un final con esa pizca de amargura que hace inolvidable cualquier encuentro: "Quedamos en vernos el día siguiente pero ella no acudió a la cita. La esperé en aquel cruce de calles hasta que anocheció. Entonces empezó a llover y prendieron las luces de la ciudad. Y me sobrepuse al imaginar que ella se había extraviado entre la niebla en una ciudad que ahora recuerdo iluminada aquella última noche con la póstuma luz de una gramola". Habrían sido dos días inolvidables en una ciudad extranjera. Y entonces, amigo mío, entonces detienes la mano de escribir y te tranquiliza saber que si lo tuyo con aquella chica no llegó a más fue porque, camino de vuestra cita, al taxi que la traía se le acabó inesperadamente la tinta...

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