jueves, abril 17, 2008

DE PARTE DE DOÑA BASURA


En ocasiones la bolsa de la basura pesa mucho- coincidiendo casi siempre con aquellas ocasiones en las que los desperdicios no suponen masa que diera lugar a tal suceso- porque, dentro, hay algunos envases que tienen nostalgia de las cosas que contuvieron. Por ejemplo, la bandejita de plástico, esa incapaz de olvidar los sabrosos muslitos de pollo a medio día consumidos en salsa: quizás, incluso, los muslos- los muslitos- por extraño que parezca, trajeron a colación el pollo al que pertenecieron y este al huevo y a la gallina y al gallo y al corral o, al huevo, la gallina y el campo de concentración donde son criados nunca fuera de los barrotes que cierran un espacio imposible para cada doce… Por ejemplo el tetrabrik, aún húmedo, rezumante de ganas de un fluido lácteo otrora desayuno, parte del cortado tras el almuerzo o cóctel con hielo y café a la hora de los gatos bajo las ruedas de los coches. O un frasco antaño de garbanzos hasta la rosca de la tapa, se lamenta pringoso de miel de la Alcarria- no se sabe si guadalajareña o conquense- rememorando una dulzura que jamás será posible en un azucarero. Y papeles de estraza de los que dan en las pescaderías para llevar la pieza del segundo plato, en su momento lustroso emperador que se pagó en la lonja a mucho menos precio que en el mercado. Cilindros metálicos que caen en la cuenta de lo sabrosamente rubio que fue su líquido jugo de cebada al igual que triunfó la marea negra anegando el interior de los botellines de Pepsí. Latas de conservas hasta hace nada alojamiento de agrios y salados. Embalajes de madera, propios de lo que en sobria botella con denominación de origen será brindis encarnado quizás mañana sobre la mesa de la fiesta. La botella de aceite sin óleo, el amasijo de polímeros resultante de retorcer el prisma contenedor tras haber utilizado todo el detergente, y la ceniza que nunca más soportará el cenicero recuerdo de La Riviera Maya. Por cierto: cenicero que jamás volverá a aspirar al resultante de la combustión de los puros Habanos de una Cuba todavía bajo el yugo opresor y criminal del dictador “Air Castro”… En fin, no me cabe la menor duda: nuestra mugre tiene un gran corazón de trapo, una víscera magnífica. Tan bueno como debía tenerlo aquella doña Basura habitante de un jardín quizás recordado por algunos- los que están pensando y visualizan la escena- al que de vez en cuando accedían unos seres diminutos llamados Fraggels: creación televisiva, según Wikipedia, original de Brito Allcroft y protagonizada por varias marionetas, monigotes con vida propia gracias al magín excelso y el arte de Jin Henson… Digo pues, que nuestra basura es sensible y sabia como la mencionada, y está bien escuchar su opinión acerca de la humanidad y de la vida mediante sus olores o la colección de bichitos a los que atrae: cucarachas, ratas gusanos… que no sólo las hormigas del Hormiguero de Pablo Motos en la Cuatro son oráculo y pronóstico. Pues bien, la basura recomienda que se consuma menos. Es del todo innecesario propasarse, luego se tira la mitad de lo comprado cual si permitiéndonos ese lujo fuéramos a ser más felices y aquello de lo que no nos deshacemos figura al poco en la lista de lo obsoleto. Por lo tanto, prudencia y memoria, retentiva para acordarse de lo logrado a favor de nuestro exterminio insistiendo en usos y costumbres como las censuradas. Todo tan puesto en razón como carente de novedad. Sin embargo, a pesar de la crisis y la subida de los precios, es muy posible que desdeñemos de la moderación, pecado social de la pasada centuria aún vigente. Y si es así y hemos de conducirnos conforme a la perdición anunciada, hagámoslo acudiendo a los comercios pero con la predisposición a adquirir productos servidos con el más sencillo de los embalajes. Las bolsas de basura pesarán menos y, en consecuencia, estarán menos tristes. En caso contrario, sea porque las bolsas de desperdicios quedan a la puerta de las fincas o sumidas en el abismo de los contenedores, nadie detendrá a los temporeros recolectores de la porquería: más o menos pordioseros que revientan los recipientes donde reunimos la sentina de cada jornada a fin de quedarse con lo que consideran de valor de entre nuestra mierda. Y si no me creen paseen por las calles a cierta hora y los verán: incluso con carritos donde transportar lo arrebatado al asco.

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