EL CLUB DEL 12
Por Andrés Ibáñez
ABCD 19 al 25 de abril de 2008
Cuando uno coge el autobús todos los días a la misma hora, entra, sin saberlo, en un club silencioso, un club cuyos miembros desconocen los nombres de los otros miembros y jamás hablan entre sí. Yo cojo el autobús 12 todas las mañanas. Y estas son algunas de las personas con las que suelo encontrarme.
El primer grupo, porque es el primero en bajarse, lo forman los estudiantes del Instituto de Empresa, que llegan a su destino en sólo dos paradas. Son muy divertidos, porque son casi todos jóvenes y casi todos latinoamericanos, jóvenes latinoamericanos de clase alta que hablan con un acento muy agradable y tienen excelentes modales y seguramente sienten que están viviendo una gran aventura al haber venido a estudiar a Madrid.
El siguiente grupo lo forman las madres (también hay padres, sobre todo madres) que llevan a sus hijos al Liceo Italiano, que está en Ríos Rosas. Hay tres señoras italianas con las que me encuentro casi todos los días. Una, a la que llamaré Rosa, tiene una hija muy divertida que lleva medias de lana de colores y parece muy lista. Otra, a la que llamaré Claudia porque me recuerda vagamente a Claudia Cardinale, tiene una gran melena negra y habla en italiano con su hija (Rosa habla en español). La tercera, a la que llamaré Silvia, tiene una hija muy guapa con cara de ratoncito. Las tres están siempre muy nerviosas y siempre dicen que van a llegar tarde. No hablan entre sí.
Libros en inglés. La verdad es que nadie habla entre sí en el autobús, aunque todos nos miramos y sabemos que estamos allí, que todos los días estamos allí, y la verdad no entiendo por qué no nos ponemos a charlar como viejos conocidos. Tengo muchos amigos a los que veo menos que a estos no-amigos a los que veo todos los días.
Hay un señor (me da miedo escribir «señor» porque debe de tener mi edad) de unos cuarenta y cinco años, con aspecto serio o triste, que siempre va leyendo libros en inglés. Me gustan los libros que lee. Lee novelas en inglés, buenas novelas, y también algunas veces ensayos en inglés de temas que me interesan. Como yo también suelo leer libros en inglés en el autobús, los dos espiamos discretamente el libro que está leyendo el otro. Pero no nos decimos nada.
Hay una chica que me intriga. Me resultaría difícil decir su edad. Se arregla mucho y va siempre con algún peinado y se cuida mucho la piel, la tiene radiante, lo cual, paradójicamente, la hace parecer mayor, como si tuviera treinta y tantos aunque probablemente sólo tenga veintitantos. No soy nada bueno adivinando las edades.
¿Qué habrá pasado? Va muy elegante, con un abrigo de cuero y con un bolso caro a juego, y parece triste, decepcionada, aburrida. Algunas veces coincidía en el autobús con su hermana, que es muy diferente de ella. La hermana es más joven, tiene gafas, tiene las mejillas rojas y parece de esas personas que se ríen de todo y se sienten a gusto en todas partes. La hermana mayor es triste, la menor es alegre.
Una vez, la hermana mayor iba con su novio. Apareció su hermana, y la hermana mayor se lo presentó, un chico con jersey y vaqueros (no le pegaba nada), con el pelo muy corto, un poco soso, inexpresivo. La hermana menor se puso muy contenta y dijo: «Hombre, ¡por fin te conozco!», pero el chico no seguía sus bromas. La hermana mayor parecía muy feliz de que su novio y su hermana se conocieran por fin, pero el chico no decía prácticamente nada. Era una situación extraña. Yo nunca había visto tan alegre a la hermana mayor. El novio no ha vuelto a aparecer, y la hermana menor tampoco. Y la hermana mayor sigue apareciendo en el autobús todos los días, triste, mirando la hora, seria. Me pregunto qué habrá pasado.
Hay otra chica muy, muy delgada que siempre va escuchando música con unos cascos. Tiene unos ojos muy bonitos, que me recuerdan a los de un ciervo. Hay un chico que tiene síndrome de Down y que es muy simpático y siempre saluda al conductor. Hay una señora de mediana edad con el pelo cortado en media melena que parece muy segura de sí misma y va siempre vestida con colores alegres. ¿En qué trabajará?
Mañana volveré a coger el autobús y volveré a verles, y ellos me verán a mí, y nadie dirá nada. Pero yo, al menos, tengo la suerte de poder escribir sobre ellos. Es un triste consuelo. Pero escribir, al fin y al cabo, quizá no sea mucho más que ese triste consuelo.
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