GRACIAS MAESTRA
Gracias a la vida, cantaba Violeta Parra, compositora, intérprete, pintora, escultora, bordadora y ceramista, considerada por muchos, en todo lo que atañe al folclcore, la artista más importante de Chile y fundadora de la música popular de ese su país. Cantaba Violeta y su música resonó en el corazón de los confines, adquiriendo la copla, esa hermosa tonada suya, renombre universal. Prédica y reconocimiento merecido, excelencia que no viene en los manuales, que no se logra tras años de sacrificio en las universidades y, sin embargo, “quedarse con la copla”, con esta copla, como con todo otro canto de verdad y sentimiento, es acto de sabiduría que conviene. Así pues, entono yo también y, a riesgo de provocar un diluvio, coincido: gracias a la vida que me ha dado tanto, que me quitó, que me quitará y, cierto como que tengo los años que tengo, urdirá para mí incontables maravillas. Estoy convencido de ello al igual que sé de maestros, como Violeta, de maestras, que pasaron por mi vida y en mi vida se encuentran aunque alguno de ellos ya no esté… Mi padre fue la primera autoridad a la que reconocí. A la par de los afectos comencé a respetar sus actos- incluso cuando el sarampión contestatario de la adolescencia- y, al cabo, puedo enunciar los valores de su magisterio sin enmendar al tiempo y la distancia. Entre otras cosas, con él aprendí lo que era disfrutar de los libros y, por lo tanto, gran parte de lo que sé que soy se lo debo a su tutoría. Aunque para respaldo moral y educativo, el que me deparó la escuela durante aquel periodo rural de mi vida, la infancia de los seis a los doce años. Precisamente, Don Juan Andradas Moreno, por entonces “comandante” de los chicos en las escuelas públicas de Cabanillas del Campo, es el primer hombre y nombre que, de los de fuera de casa habría de escribir en una lista que recogiera a las personas capaces de llevarnos de la mano por la vida enseñándonoslo todo. Luego he tenido maestros a la hora de jugar, cuando el deporte formó parte de un tiempo de desarrollo y lúdica experiencia, ante el micrófono en sintonía con inolvidables y mágicos sonidos luciendo las galas de la radio, a pie firme sobre un escenario multiplicando los rasgos de la propia piel a fin de asumir la vida de los muchos otros individuos que hay en uno, en la amistad, en el amor... Seres humanos a los que debo parte de la marca o signo representativo de lo que puedo valer o lo que supongo. Doctos conciudadanos dueños de una experiencia y en el ejercicio de la verdadera generosidad atentos a los cambios que se producen, a los ciclos, a la expansión, al oficio interno de los que hemos tenido el privilegio de arribar a sus vidas cual la vela que intermedia su singladura haciendo alto en el mejor de los puertos. Y, ahora, ahora ocurre que, librando una nueva batalla, soldado yo, a las armas de los argumentos que proporcionan la curiosidad, el tesón, la responsabilidad y la puesta en juego de todo lo aprendido, satisfecho de obrar empleándome profesionalmente en lides antes no experimentadas, llega el día, cerca ya de lo que pudieran considerarse las puertas de mayo, en el que es de ley pronunciar ante todos el nombre de una nueva MAESTRA. Nueva para mí, que no para otros, pero sí merecedora de este elogio, voz florida que se dice por mor de lo justo que es conducirse así. Maestra que lo es y encontré a partir de las fechas de este reciclaje al que vengo sometiéndome y compañera a la que aprecio cada jornada por su excelencia: esa pátina de bien que distingue a los elegibles de entre quienes indudablemente deben ser llamados los mejores. Porque suma prestigio del mismo modo que cobra alegría la primavera: aparentemente sin esfuerzo. Es decir, con la soltura propia de la naturalidad, de quien ha incorporado lo bueno que aprendió y hace de sus habilidades hábito, rito sin alharacas. Es diligente, capaz, juiciosa, dueña de su tiempo y de sus formas y jamás niega una décima de segundo de sí en función de lo que conoce. Presta cabal servicio y ayuda revestida de una de las sonrisas más sinceras y agradables de las que tengo noticia. Ella, que no necesita de todo este resplandor que armo para resaltar su presencia porque recibe y reparte la mejor de las luces entre sus familiares y los que la quieren, se abochorna cuando escucha que, ingresar como aprendiz para desempeñar gestiones laborales idénticas a las que nos han reunido y quedar subordinado a su consejo para ser adiestrado, es una fortuna profesional y oportunidad de humanismo nada desdeñable. Y se sonroja porque es modesta. Modesta, sencilla, en el mejor sentido de la palabra popular y sabia… Dejo su verdadero nombre para la “posdata” que redactaré con el único propósito de concluir como corresponde este merecido elogio, celebración que es, claro, agradecimiento personal. Mas, cuando digo MAESTRO y pienso en las personas que lo han sido y lo son en mi vida, Laura Lozano ocupa ya el espacio del que esta modesta reflexión es exponente. Gracias a la vida, gracias…
Gracias a la vida, cantaba Violeta Parra, compositora, intérprete, pintora, escultora, bordadora y ceramista, considerada por muchos, en todo lo que atañe al folclcore, la artista más importante de Chile y fundadora de la música popular de ese su país. Cantaba Violeta y su música resonó en el corazón de los confines, adquiriendo la copla, esa hermosa tonada suya, renombre universal. Prédica y reconocimiento merecido, excelencia que no viene en los manuales, que no se logra tras años de sacrificio en las universidades y, sin embargo, “quedarse con la copla”, con esta copla, como con todo otro canto de verdad y sentimiento, es acto de sabiduría que conviene. Así pues, entono yo también y, a riesgo de provocar un diluvio, coincido: gracias a la vida que me ha dado tanto, que me quitó, que me quitará y, cierto como que tengo los años que tengo, urdirá para mí incontables maravillas. Estoy convencido de ello al igual que sé de maestros, como Violeta, de maestras, que pasaron por mi vida y en mi vida se encuentran aunque alguno de ellos ya no esté… Mi padre fue la primera autoridad a la que reconocí. A la par de los afectos comencé a respetar sus actos- incluso cuando el sarampión contestatario de la adolescencia- y, al cabo, puedo enunciar los valores de su magisterio sin enmendar al tiempo y la distancia. Entre otras cosas, con él aprendí lo que era disfrutar de los libros y, por lo tanto, gran parte de lo que sé que soy se lo debo a su tutoría. Aunque para respaldo moral y educativo, el que me deparó la escuela durante aquel periodo rural de mi vida, la infancia de los seis a los doce años. Precisamente, Don Juan Andradas Moreno, por entonces “comandante” de los chicos en las escuelas públicas de Cabanillas del Campo, es el primer hombre y nombre que, de los de fuera de casa habría de escribir en una lista que recogiera a las personas capaces de llevarnos de la mano por la vida enseñándonoslo todo. Luego he tenido maestros a la hora de jugar, cuando el deporte formó parte de un tiempo de desarrollo y lúdica experiencia, ante el micrófono en sintonía con inolvidables y mágicos sonidos luciendo las galas de la radio, a pie firme sobre un escenario multiplicando los rasgos de la propia piel a fin de asumir la vida de los muchos otros individuos que hay en uno, en la amistad, en el amor... Seres humanos a los que debo parte de la marca o signo representativo de lo que puedo valer o lo que supongo. Doctos conciudadanos dueños de una experiencia y en el ejercicio de la verdadera generosidad atentos a los cambios que se producen, a los ciclos, a la expansión, al oficio interno de los que hemos tenido el privilegio de arribar a sus vidas cual la vela que intermedia su singladura haciendo alto en el mejor de los puertos. Y, ahora, ahora ocurre que, librando una nueva batalla, soldado yo, a las armas de los argumentos que proporcionan la curiosidad, el tesón, la responsabilidad y la puesta en juego de todo lo aprendido, satisfecho de obrar empleándome profesionalmente en lides antes no experimentadas, llega el día, cerca ya de lo que pudieran considerarse las puertas de mayo, en el que es de ley pronunciar ante todos el nombre de una nueva MAESTRA. Nueva para mí, que no para otros, pero sí merecedora de este elogio, voz florida que se dice por mor de lo justo que es conducirse así. Maestra que lo es y encontré a partir de las fechas de este reciclaje al que vengo sometiéndome y compañera a la que aprecio cada jornada por su excelencia: esa pátina de bien que distingue a los elegibles de entre quienes indudablemente deben ser llamados los mejores. Porque suma prestigio del mismo modo que cobra alegría la primavera: aparentemente sin esfuerzo. Es decir, con la soltura propia de la naturalidad, de quien ha incorporado lo bueno que aprendió y hace de sus habilidades hábito, rito sin alharacas. Es diligente, capaz, juiciosa, dueña de su tiempo y de sus formas y jamás niega una décima de segundo de sí en función de lo que conoce. Presta cabal servicio y ayuda revestida de una de las sonrisas más sinceras y agradables de las que tengo noticia. Ella, que no necesita de todo este resplandor que armo para resaltar su presencia porque recibe y reparte la mejor de las luces entre sus familiares y los que la quieren, se abochorna cuando escucha que, ingresar como aprendiz para desempeñar gestiones laborales idénticas a las que nos han reunido y quedar subordinado a su consejo para ser adiestrado, es una fortuna profesional y oportunidad de humanismo nada desdeñable. Y se sonroja porque es modesta. Modesta, sencilla, en el mejor sentido de la palabra popular y sabia… Dejo su verdadero nombre para la “posdata” que redactaré con el único propósito de concluir como corresponde este merecido elogio, celebración que es, claro, agradecimiento personal. Mas, cuando digo MAESTRO y pienso en las personas que lo han sido y lo son en mi vida, Laura Lozano ocupa ya el espacio del que esta modesta reflexión es exponente. Gracias a la vida, gracias…
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