miércoles, abril 30, 2008

LA PRIMERA FRASE


Un escritor habitual de entre la pléyade de los que escriben en el suplemento de cultura del ABC, la revista ABCD, es Jesús Marchamalo. Aquí un curioso aspecto de la literatura, tratado por él, donde también el empezar es importante





LA PRIMERA FRASE


Por Jesús Marchamalo.



26 de abril de 2008 ABCD



Cuenta Amos Oz en su libro La historia comienza (Siruela) cómo su padre, el ensayista Yuehuda Klausner, envidió siempre de los novelistas el que pudieran escribir lo que se les pasara por la cabeza sin tener que someterse al dictado de la documentación, la esclavitud de los datos, la fidelidad a las fuentes. Escribir, por ejemplo, «Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo»... O bien, «Todas las familias felices se asemejan»... O «Cuando una mañana Gregorio Samsa se despertó de un sueño agitado, se encontró en su cama convertido en un monstruoso bicho».


Son algunos de los principios más memorables de la literatura universal: Rulfo, Tolstói, Kafka... «El principio de un libro es como la primera nota de una sinfonía, una nota que deja un eco persistente a lo largo de toda la obra», señala Amos Oz, autor, entre otras primeras frases, de ésta: «Escribo porque las personas a las que amaba han muerto». «El arranque de cada uno de mis libros es la parte que me resulta más difícil -reconoce-. Le dedico mucho tiempo, y soy incapaz de continuar hasta que esa primera frase, casi fundacional, no aparece.»
Ángulo cerrado. El comienzo de un libro contiene las cláusulas, estrictas, del pacto que se establece con el lector. De ahí que muchos escritores hablen del vértigo de ese momento, crucial, en que se escribe la primera línea. «Cuando empiezo a escribir recuerdo siempre algo que leí de Italo Calvino, y me doy cuenta de la razón que tiene -afirma Enrique Vila-Matas-. Antes de ponerte a escribir tienes el universo entero en tus manos, pero cada palabra que vas añadiendo va cerrando el ángulo. Al cabo de dos o tres páginas, todo lo que has decidido, lo que has escrito, excluye lo demás, y eso provoca una sensación de vértigo: la certeza de que la primera frase condiciona el resto del relato.»


Entre sus principios más conocidos, el de Lejos de Veracruz: «No todo el mundo sabe que a Veracruz y sus playas lejanas no pienso en la vida nunca volver». «No es el que más me gusta, pero sí el más comentado por la doble negación que contiene: ese no-nunca que refuerza enormemente la frase, y que siempre he defendido.» El truco de Vila-Matas consiste en reescribir muchos de sus principios cuando llega a la mitad del libro, e incluso a veces después de terminarlo. Ocurrió en Hijos sin hijos, Bartebly y compañía y Exploradores del abismo, cuyos comienzos están escritos prácticamente al final.


El tono, el perfume. Algo parecido le ocurrió a Antonio Soler con El camino de los ingleses: el primer párrafo lo añadió cuando había escrito ya más de la mitad de la novela. Lo que comenzaba diciendo «Ésta es la historia de Miguel Dávila y de su riñón derecho», pasó a ser «En el centro de nuestras vidas hubo verano». «Por mucho que tengas el argumento en la cabeza, nada acaba de verse claro hasta que te pones a escribir -dice Soler-. Y la primera frase es el desembarco de ese mundo que has ido creando. De El camino de los ingleses recuerdo bien el día que escribí la primera media página y la sensación de que la novela estaba resuelta. Quedaban trescientas páginas todavía, pero en esos primeros párrafos estaba el tono, el perfume, la frase musical de lo que finalmente sería el libro.»


Soler se confiesa poco amigo de los arranques fulgurantes, esos que dejan atónito al lector, y lleno de interrogantes. Como el de Pablo d?Ors en Lecciones de ilusión: «¿Qué hago yo aquí, preocupado por esta tontería?». «Cada libro es un misterio, y cada primera frase de mis novelas ha nacido de distinta manera -señala-. Pero nunca la primera frase de mis libros es la primera frase de mis libros que he escrito.» Las novelas de d?Ors surgen de otras lecturas, y, en general, sus textos comienzan siempre anotados en los márgenes de libros que está leyendo.
Fernando Marías cita una secuencia de la película Primera plana, de Billy Wilder. «Walter Matthau le dice a Jack Lemmon que adelante un dato al primer párrafo de la información, y Lemmon pregunta: "¿Y qué vamos a contar en el segundo párrafo?". A lo que Matthau responde: "El segundo párrafo no lo lee nadie".» Marías defiende los principios que dan al lector la mayor información posible para que decida si el libro le va a interesar o no y que, a ser posible, enganchan desde la primera línea. «Me gusta muchísimo el de Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy: "He aquí el niño". Ya no puedes dejar de leer. Y de los míos, me quedo con el de Esta noche moriré: "Me suicidé hace 16 años". Es una invitación a continuar leyendo: un tipo que confiesa estar muerto, ¿pero por qué dieciséis años? Me gusta.»


Sí hay, desde luego, principios afortunados que han conseguido pasar a la historia de la literatura. El mítico de Cien años de soledad: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento...»; el de Lolita, de Nabokov: «Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas»; el de Rayuela, de Cortázar: «¿Encontraría a La Maga?»; el de Conversación en La Catedral, de Vargas Llosa: «¿En qué momento se jodió el Perú?», o el de Proust de En busca del tiempo perdido: «Longtemps, je me suis couché de bonne heure», que cambia sutilmente según la traducción. Desde el clásico «Mucho tiempo he estado acostándome temprano», hasta la variante de Salinas: «Mucho tiempo había estado acostándome temprano», o la de Estela Canto: «Durante mucho tiempo me acosté temprano».


Finales preciosos. «Hay escritores de principios, y escritores de finales -sostiene José-Carlos Mainer, quien menciona entre sus predilectos el enfático "Llamadme Ismael" de Moby Dick-. No recuerdo ninguno especialmente llamativo de Baroja, que prefiere ir creando tensión emocional según transcurre la acción. Unamuno tampoco era partidario de los arranques luminosos, ni Valle. Los que sí le salían especialmente bien eran los finales, no sólo en sus obras teatrales -el de Divinas palabras es espectacular- sino también en sus novelas: personas que sollozan, o lloran, y una enorme tensión emocional. Baroja también tiene finales preciosos.»


Para Julio Llamazares, los principios y los finales son la parte más compleja de la novela. Y cuenta que no puede empezar a escribir sin tener claro el principio. De hecho, puede citar de memoria muchas de las primeras frases de sus novelas, por ejemplo, la de Escenas de cine mudo: «La pregunta no es si hay vida después de la muerte, sino si hay vida antes de la muerte». «No soy capaz de recordar cómo surgió esta frase, tengo muchas dudas, si se me ocurrió, la escuché, alguien me la dijo, no sabría decir... Hay frases que te vienen a la cabeza, simplemente. Sí me acuerdo, sin embargo, del final de La lluvia amarilla: "La noche queda para quien es". Se lo escuché a una mujer, en Los Ancares, vestida de negro, sola, que la dijo cuando nos íbamos... Es la mejor frase que he escrito. Y no es mía.»


Y para terminar, ¿por qué no?, Céline, el principio de Viaje al fin de la noche, que hay que leer, eso sí, en francés. Y en voz alta: «Ça a débuté comme ça».

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