jueves, mayo 18, 2006

DE CHAVALINES

La ciudad toma sus últimas cervezas en los bares o se sienta frente a la tele mientras ingiere el menú de la noche. Da la impresión de posponer todo apaciguamiento si se observa el aún intenso tráfico, pero en algún momento obrarán los que están en camino conforme a las premisas del ocaso. Y, como entre los rescoldos de la hoguera quedan oportunidades para el fuego, es prudente estar alerta. De otro modo no lo hubiera percibido... Él es pequeño y de una pieza, veloz como el cachorro mediano de LOS INCREÍBLES, ese personaje de PIXAR perfectamente apto para dejar sentados en la línea de salida a los más rápidos atletas de toda la historia y especialistas en los cien metros lisos. Logra la atención del chofer cuando éste operaba para devolver el autobús a los carriles de la calzada urbana. Porque el trabajador puede y quiere- debe ser de los pocos que no dudan si se trata de interponer todo cuidado gentil a lo que las ordenanzas estimen- queda interrumpida la maniobra y las puertas del coche se abren. Es la apertura del cielo para el intrépido y diminuto “correcaminos”, quien anuncia: “ Viene mi madre”... Sube el héroe, un poco después la madre empujando un carrito en el que es conducida la réplica del infante ya aposentado en una de las plazas del transporte público, su mellizo, y la vida, el trayecto de la línea uno, se ve reanudada. Es cierto que la señora y los críos se apean una parada antes del final de esta circulación y también que el responsable de la misma identifica a la familia como usuaria habitual de ese itinerario, pero sabe a gloria que la diligencia del pequeño hay sido correspondida por el temple generoso de quien tal vez se recuerda peatón en otras ocasiones y agradecería mucho ser tratado de la misma forma. Sienta bien y reconforta. No siempre se conocen sucesos tan poco dados a la épica y, sin embargo, constituyentes de uno de los más provechosos atisbos de la esperanza. Porque si la bondad sin clamores, sin cantos que la glosen, sin pancartas que la reclamen, sin publicidad, sin nombre, se produce cual desfloran las rosas en el rosal, merecerá la pena un nuevo amanecer. Además, ahora que recuerdo lo que estoy contando recibo noticias de Daniel. Él y sus siete años han sido de nuevo de lo más contundente. A la salida del colegio acompañado de su hermana, de su abuelo y de uno de sus mejores amigos, responde así a la madre del último que mencioné, quien recordaba el castigo que sufrieron todos los alumnos asistentes al comedor: “No hay nada que decir porque no ha ocurrido nada”. No hay problema luego no existe. ¡Como “Pepiño” Blanco! ¡¡Hay que ver las lecciones que dan los niños!!

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