martes, mayo 02, 2006

EL SENDERO DE LAS PAREJAS MALEDUCADAS

Por circunstancias que no vienen al caso, contemplaba las estrellas entre las hojas de los árboles. No era presa de ninguna apetencia cósmica, la seducción romántica ni siquiera conmigo mismo surtió efectos y el escaso ambiente del parque, a pesar de ser fin de semana, era motivo más de tedio que ocasión de nocturnas expectativas. A pie firme pero ligeramente inclinado sobre una de esas vallas metálicas que suelen utilizarse para contener a los ciudadanos durante convocatorias urbanas o en prevención para evitar su paso, a mi izquierda el viejo templete de la música: es hoy atracción de chicos y grandes por el solo hecho de su altura octogonal y dudo que sobrepasen el número de siete las fechas anuales en las que se producen en él acontecimientos artísticos o lúdicos; un lugar que me trae recuerdos del fin de la infancia. Y a mi derecha un grupito de adolescentes y veinteañeros complacidos en su charla trago a trago. Hay que decir que en el parque, durante su última reforma, la superficie ajardinada se dispuso en elevación simulando las suaves ondulaciones de una loma. El caso es que, seguramente porque en esta sociedad la prisa es lo que manda, seguramente porque somos educados en la falta de respeto, seguramente porque esforzarse es cosa mal vista, cuando los citados marranitos- naturalmente, al irse pensaban en los oficios del empleado correspondiente para recoger sus desperdicios- fueron desfilando de dos en dos- chico y chica o chico y chico- en vez de desplazarse por las calles y recorridos propios del peatón, atravesaron en línea recta ascendiendo y descendiendo hasta salir de “la Concordia”, que así es como se llama el recinto del que escribo... Parecen actitudes reprobables pero de carácter venial, menos importantes. Y desde luego que lo son. Sin embargo constituyen uno de los sumandos de la mala educación que cunde, no sólo entre las personas de edades antes dichas, sino, por ejemplo, padres, de la mano de sus retoños, que faltan a la responsabilidad contraída con sus hijos desde el día mismo de su concepción, haciéndoles partícipes o consintiendo tan lamentables procederes. Por lo tanto, aunque no me molesté en verificarlo, debe haber una marca humana de pisadas sobre los jardines, probablemente a no tardar hierba seca, así se hayan utilizado como atajo para pasar en un sitio donde se diría que el ocio tranquilo y sin prisas predomina. Senderos de estulticia que no hacen de por sí estigmatizable a una colectividad, pero que sirven para definirla.

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