sábado, julio 29, 2006

PERFORMANCE

Esto se leía hace muy poco en el diario ABC: prueba de que la realidad supera en truculencia y sucesos inverosímiles a la más descollante fantasía...

Performance

Por IGNACIO CAMACHO

CONOCÍ a un escultor granadino que realizó una estructura de metal para una plaza, y un día vio cómo los empleados de la limpieza pública se la llevaban para entregarla al chatarrero. El artista se cabreó y puso el grito en el cielo ignorando que aquellos trabajadores eran con toda probabilidad expertos en arte deconstructivo, y practicaban a rajatabla el principio de que la materia no se crea ni se destruye, sino que simplemente se transforma. Tampoco tenía en cuenta al airado escultor que, si uno pretende que una obra de arte se distinga de un trozo de chatarra, conviene procurar que a simple vista queden claras las diferencias.A Richard Serra, gurú internacional de la escultura metálica abstracta, le practicaron en el Museo Reina Sofía una performance de abstracción pura: simplemente le hicieron desaparecer una obra en el más absoluto vacío. Los periodistas, que no entendemos de arte moderno, dijimos que la habían perdido, incapaces de asimilar los conceptos más avanzados de la vanguardia y aferrados a la más rancia lógica tradicional de los espacios y las formas. En realidad se trataba de un prodigioso ejercicio de conceptualismo para demostrar la condición metafísicamente fronteriza entre la materia y la nada. Y la cosa tenía mucho mérito porque la escultura en cuestión era una estructura de acero con un peso de 38 toneladas.Como el arte contemporáneo está condenado a la incomprensión de las masas, prevaleció la idea de la desaparición, y el museo, incapaz después de tanto tiempo de devolver la pieza a su estado corpóreo -la Policía, tan prosaica, ha llegado a excavar en un almacén-, se ha visto obligado a reponerla mediante el vulgar expediente de una copia. Generoso y espiritualista, Serra ha rechazado cobrar de nuevo sus cotizadísimos honorarios con tal de que su creación resplandezca otra vez en su prístina condición material, pero el sector metalúrgico no trabaja gratis, y menos después de la reconversión de la siderurgia. De modo que el proceso de rematerialización de la obra va a costar 83.500 euros, casi quince millones de pesetas, que naturalmente aportarán a escote los contribuyentes, aunque no sean aficionados al vanguardismo expresivo. Por ese precio se habría podido contratar una sesión prestidigitadora de David Copperfield, mago de nombre dickensiano experto en desapariciones de grandes objetos, que tiempo atrás alcanzó fama por esparcir sus polvos mágicos sobre la laureada piel de Claudia Schiffer.Reunidos solemnemente el Patronato del Museo y la Junta de Calificación del Ministerio de Cultura, los expertos han dado en concluir que, si eventualmente apareciese la pieza volatilizada, se consultaría con el autor cuál de las dos debe ser destruida para que se mantenga la condición original que requiere la singularidad del arte. Menos mal que esta gente tan sabia está en todo. Y se conoce que, en su alta dedicación al sofisticado universo del arte moderno, frecuentan poco el utilitarista y herrumbroso ámbito de las chatarrerías de la Corte

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