martes, junio 19, 2007

MARATÓN DE LOS CUENTOS 2007: día dos


Las nubes vistas juntas o por separado, contempladas como un ir y venir esporádico de gasas por el cielo, compactas y preñadas a punto de verterse darán lugar a todo tipo de comentarios y de silencios. Son parte de ese diálogo que comienza hablando del clima, late en el verso del poeta y remite a tiempos infantiles cuando las formas aéreas suponen de pronto animales de fábula. Pero la lluvia iniciada como un lento rezumar durante las primeras horas del sábado, hizo de su presencia un juramento y el estado de sitio fue declarado: ¿había que impedir el Maratón?... Tal vez no, igual es que aprovechando para hacer de la primavera, primavera, y recargando nuestros aljibes de imprescindible agua, se lograba también dotar de una épica posible al acontecimiento oral, fiesta de la palabra, que se nutre del infortunio, en ocasiones, para ser más y más querido. Quiero decir que Madre Natura cuyos designios también son inescrutables, ha tensado la cuerda del tiempo atmosférico, como en otras ocasiones y así subrayar que el Maratón seguirá siendo el Maratón mientras los habitantes de Guadalajara y los que vienen de tantísimos sitios quieran. Hubo que refugiarse, eso sí, en el zaguán del patio, menos mal que esa parte- sólo lo estaba la zona de arcos y soportales- no estaba en obras. Y en ese espacio destinado a la familiaridad de las madrugadas, cuando los cuerpos tienden a doblarse en busca de la horizontalidad del sueño, se repartieron oradores de todas las edades y sus émulos sentados o en pie… Quizás quien escucha un cuento es un relator que calla hoy y dará voz a la fantasía mañana… Pero no he de entrar en detalles de lo que supongo fue una jornada más difícil que otras aunque completa. No porque fui animal nocturno, me reservé para esos momentos de la noche que lindan con la hora del cuento breve, del cuento mínimo. Y quise hacerlo, en esta ocasión, no como participante, sino como público que aguarda el asombro. También es verdad que no había añadido a mi repertorio nuevos relatos y me pareció poco saludable salir a repetir los que en otras ocasiones conté. De nuevo sin interrupción, pero esta vez como una especie de goteo en lo que era una columna mucho menos nutrida que en ocasiones anteriores, regresó, la ternura, el retruécano, el pícaro arrebato, la adivinaza, la fantasía, el amor… Pellizquitos esenciales de gran novela que fueron administrados por sabios y ocurrentes, seductoras y agraciados, expansivos y tímidas, maestros algunos, y maestras. Luego, una hora después, más o menos, subí por ocasión última al escenario: ME RÍO EN EL RÍO ME RÍO Y SONRÍO un cuento para peques y no tan peques que escribí hace tiempo pedía paso. Lo conté y esta vez si me aplaudieron porque la hora del chocolate con churros había pasado ya… A las ocho y media de la mañana del domingo, llovía. Y marche a casa feliz y dispuesto a escribir todo lo redactado hasta ahora y que forma parte de este texto. Pero tenía un inaplazable viaje que hacer al levante, a mi casa, y dormí un poquito. Sé, aunque no estuve, que a eso de las quince horas del día diecisiete de junio, como en cada edición, la Banda de Música Provincial de Guadalajara cerraría otro Maratón dando lugar al “Marratón” siguiente: ¿nos vemos allí en junio de dos mil ocho, con más cuentos que calleja?

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