La noticia está, en esta ocasión, fuera de la atmósfera terrestre. Según expertos estadounidenses existe una estrella, identificada formalmente, "gemela" de nuestro Sol. Lo cuentan en el diario El Mundo, edición de octubre día cuatro y lo narra Ángel Díaz: "… El gemelo del Sol se encuentra a doscientos años luz de nosotros, y es el astro más parecido a nuestra estrella de cuantos se han detectado hasta el momento. Su masa, tamaño, temperatura y composición química son prácticamente iguales, así como su movimiento orbital dentro de la galaxia. De hecho, sus propiedades físicas apenas se pueden distinguir de las del Sol mediante los actuales métodos de medición. La identificación del gemelo solar se ha llevado a cabo tras indagar en el catálogo Hipparcus, con más de cien mil estrellas, y seleccionar las más adecuadas para estudiarlas con más detenimiento. La investigación ha sido llevada a cabo por dos científicos peruanos: Jorge Meléndez, del Observatorio Stronio de Australia, e Iván Ramírez, del Observatorio McDonald, en Texas…"… Y así parece ser. Tan cierto como que el autor del reportaje ofrece datos del lugar, adecuado precisamente, o zona de la Vía Láctea donde se avistó la hoguera galáctica hasta ahora desconocida, y pone de manifiesto la ausencia de los mismos en lo que se refiere a planetas que orbiten a su alrededor. Sería muy gratificante conocer que, en cierta localización del “Camino de Santiago”, latiendo conforme a las leyes físicas aceptadas por la comunidad científica internacional, cuenta igual el tiempo para un grupo de planetas entre los cuales gira y gira otra Tierra, otro planeta azul, hermoso y rebosante de vida. Quizás también una Tierra cuyo desarrollo tecnológico se asemeje al de la Tierra original, que somos nosotros… Bueno, nosotros, salvo que seamos nosotros el duplicado. Y que, a fuerza de emparentar descubriéndonos réplica los unos de los otros, adolecieran ellos del mismo gusto por la inhumanidad, por otra parte, desgraciada parte, moneda de uso corriente en esta Tierra. Tan iguales a nosotros en lo deplorable y, sin embargo, magníficamente evolucionados, que hayan optado por permanecer en silencio de saber que existimos, como si no existieran. Algo que se justificaría si tienen miedo a la confrontación, pánico ante el inevitable careo que sucedería cuando las condiciones exigibles tras el mutuo reconocimiento lo hicieran propicio, espanto a resultar contaminados por todo aquello que nos caracteriza y de lo que deberíamos avergonzarnos más a menudo, justificada alarma persuadidos del fin de sus años de bienestar y armonía con la naturaleza, en paz, educados, satisfechos, políglotas, cultos, al mezclarse, acudiendo o recibiendo a unos vecinos tan primates y primitivos todavía como para merecer varias centurias de espera aposentados en la rama del árbol de la que decimos haber descendido. Tal vez esa posibilidad les asuste tanto que conciban sólo una de dos soluciones: al saberse descubiertos y, por lo tanto, perdidos, mediante un ritual suicida perfectamente orquestado, cercenar su propia existencia incapaces de asumir un futuro de indignidad cual el que les depararía la fusión de nuestras culturas; o, investidos de la infalibilidad que se atribuye a los dioses, valiéndose de la ciencia y la ingeniería, ejecutar a nuestra estirpe en el convencimiento de obrar así preservando lo mejor para la vida y que resulte triunfante lo mejor de lo mejor en el universo… Ideas, suposiciones, especulación, castillos en el aire tal vez. Pero, si en verdad hay alguien más en las cercanías, alguien vivo e inteligente, una civilización semejante a nuestra humanidad hasta el punto de resultar inaguantable merced al esclarecedor efecto de los espejos- como cuando nos encontramos ante el de nuestro domicilio y advertimos el légamo en el que nos hemos convertido- ¿nos desharíamos del azogue o del muñeco? Entrar en contacto con los habitantes de la otra Tierra, ¿podría suponer el Apocalipsis? No lo sé. ¿Nadie lo sabe?
sábado, octubre 06, 2007
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