martes, octubre 02, 2007

UNA CENA




Usando esa máquina del tiempo que es la lectura, retrocedo y durante los días que fueron del siglo XVI en vida de Baltasar de Alcázar, me siento y leo lo que sigue en voz alta: me divertí y lo celebré. Ahora prueben...






UNA CENA






Por Baltasar de Alcázar








En Jaén, donde resido,


vive don Lope de Sosa


y diréte, Inés, la cosa


más brava de él que has oído.


Tenía este caballero


un criado portugués...


Pero cenemos, Inés


si te parece primero.


La mesa tenemos puesta,


lo que se ha de cenar junto,


las tazas del vino a punto:


falta comenzar la fiesta.


Comience el vinillo nuevo


y échole la bendición;


yo tengo por devoción


de santiguar lo que bebo.


Franco, fue, Inés, este toque,


pero arrójame la bota;


vale un florín cada gota


de aqueste vinillo aloque.


¿De qué taberna se traxo?


Mas ya..., de la del Castillo


diez y seis vale el cuartillo,


no tiene vino más baxo.


Por nuestro Señor, que es mina


la taberna de Alcocer;


grande consuelo es tener


la taberna por vecina.


Si es o no invención moderna,


vive Dios que no lo sé,


pero delicada fue


la invención de la taberna.


Porque allí llego sediento,


pido vino de lo nuevo,


mídenlo, dánmelo, bebo,


págolo y voyme contento.


Esto, Inés, ello se alaba,


no es menester alaballo;


sólo una falta le hallo


que con la priesa se acaba.


La ensalada y salpicón


hizo fin: ¿qué viene ahora?


La morcilla, ¡oh gran señora,


digna de veneración!


¡Qué oronda viene y qué bella!


¡Qué través y enjundia tiene!


Paréceme, Inés, que viene


para que demos en ella.


Pues, sus, encójase y entre


que es algo estrecho el camino.


No eches agua, Inés, al vino,


no se escandalice el vientre.


Echa de lo tras añejo,


porque con más gusto comas,


Dios te guarde, que así tomas,


como sabia mi consejo.


Mas di, ¿no adoras y aprecias


la morcilla ilustre y rica?


¡Cómo la traidora pica;


tal debe tener de especias!


¡Qué llena está de piñones!


Morcilla de cortesanos,


y asada por esas manos


hechas a cebar lechones.


El corazón me revienta


de placer; no sé de ti.


¿Cómo te va? Yo, por mí,


sospecho que estás contenta.


Alegre estoy, vive Dios:


mas oye un punto sutil:


¿no pusiste allí un candil?


¿Cómo me parecen dos?


Pero son preguntas viles;


ya sé lo que puede ser:


con este negro beber


se acrecientan los candiles.


Probemos lo del pichel,


alto licor celestial;


no es el aloquillo tal,


no tiene que ver con el.


¡Qué suavidad! ¡Qué clareza!


¡Qué rancio gusto y olor!


¡Qué paladar! ¡Qué color!


¡Todo con tanta fineza!


Mas el queso sale a plaza


la moradilla va entrando,


y ambos vienen preguntando


por el pichel y la taza.


Prueba el queso, que es extremo,


el de Pinto no le iguala;


pues la aceituna no es mala


bien puedes bogar su remo.


Haz, pues, Inés, lo que sueles,


daca de la bota llena


seis tragos; hecha es la cena,


levántese los manteles.


Ya que, Inés, hemos cenado


tan bien y con tanto gusto,


parece que será justo


volver al cuento pasado.


Pues sabrás, Inés hermana,


que el portugués cayó enfermo...


Las once dan, yo me duermo;


quédese para mañana










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