Me he adentrado en la biblioteca. En la Biblioteca Virtual Cervantes. Uno de esos lugares en el que la información suma, el conocimiento crece y, como en este caso, hay una oportunidad pàra sonreir. Hace poco tuvimos aquí otra pieza suya y hoy, perteneciente a una colección de textos que ilustran la risa en la literautra española, de DON JUAN VALERA...
CUENTOS Y CHASCARRILLOS ANDALUCES
De vuelta a su lugar, cierto joven estudiante, muy atiborrado de doctrina y con el entendimiento más aguzado que punta de lezna, quiso lucirse mientras almorzaba con su padre y su madre. De un par de huevos pasados por agua que había en un plato escondió uno con ligereza. Luego preguntó a su padre:
-¿Cuántos huevos hay en el plato?
El padre contestó:
-Uno.
El estudiante puso en el plato el otro que tenía en la mano, diciendo:
-Y ahora, ¿cuántos hay?
El padre volvió a contestar:
-Dos.
-Pues entonces -replicó el estudiante-, dos que hay ahora y uno que había antes suman tres. Luego son tres los huevos que hay en el plato.
El padre se maravilló mucho del saber de su hijo, se quedó atortolado y no atinó a desenredarse del sofisma. El sentido de la vista le persuadía de que allí no había más que dos huevos; pero la dialéctica especulativa y profunda le inclinaba a afirmar que había tres.
La madre decidió al fin la cuestión prácticamente. Puso un huevo en el plato de su marido para que se lo comiera; tomó otro huevo para ella, y dijo a su sabio vástago:
-El tercero cómetelo tú.
LAS GAFAS
Como se acercaba el día de San Isidro, multitud de gente rústica había acudido a Madrid desde las pequeñas poblaciones y aldeas de ambas Castillas, y aun de provincias lejanas.
Llenos de curiosidad circulaban los forasteros por calles y plazas e invadían las tiendas y los almacenes para enterarse de todo, contemplarlo y admirarlo.
Uno de estos rústicos entró por acaso en la tienda de un óptico en el punto de hallarse una señora anciana que quería comprar unas gafas. Tenía muchas docenas extendidas sobre el mostrador; se las iba poniendo sucesivamente, miraba luego en un periódico, y decía:
-Con estas no leo.
Siete u ocho veces repitió la operación, hasta que, al cabo, después de ponerse otras gafas, miró en el periódico, y dijo muy contenta:
-Con estas leo perfectamente.
Luego las pagó y se las llevó.
Al ver el rústico lo que había hecho la señora, quiso imitarla, y empezó a ponerse gafas y a mirar en el mismo periódico; pero siempre decía:
-Con estas no leo.
Así se pasó más de media hora; el rústico ensayó tres o cuadro docenas de gafas, y como no lograra leer con ninguna, las desechaba todas, repitiendo siempre:
-No leo con estas.
El tendero entonces le dijo:
-Pero ¿usted sabe leer?
-Pues si yo supiera leer, ¿para qué había de mercar las gafas?
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