Autobiografía ficticia de una escritora de best-sellers
Por Roger Ferrer Ventosa
Son muchas las veces en que me han preguntado cómo nace una novelista, o qué circunstancias llevan a una persona a pretender ser escritora, como si el hecho de querer compartir espacios ficticios, de ser afortunada y disfrutar de cierto éxito en la aceptación del público, así como haber sido fecunda en la creación literaria, se debiera a una ecuación matemática que diera como resultado una novelista.
Hasta ahora les daba respuestas evidentes y poco comprometedoras: que si la lectura, que si el gusto por la soledad y la introversión, que si la necesidad de ser amada, y otras por el estilo; todas ellas ciertas pero superficiales. Sólo ahora, que al hecho de ser novelista de éxito uno la vejez, y que sé con absoluta certeza que no me quedan demasiadas respiraciones en esta extraña tierra, me aventuro a explicar una verdad que, por dura y dolorosa, nunca antes confesé.
Empecé a escribir cuentos a los ocho años de edad para huir de los gritos, de los insultos, y de las palizas que le pegaba mi padre a mi madre. Después de ser horrorizado e impotente testigo de aquella miseria, me escondía en el más oculto y discreto rincón (bajo la cama, en el interior del armario paterno), y fantaseaba con otro mundo donde esas desgracias no ocurrían, donde la gente era amable, educada, se amaba, y cada conflicto terminaba en una solución ejemplar.
Años después, ganaría mi primer concurso de literatura infantil, y soportaría las primeras críticas por mi estilo edulcorado, digno de una señorita de clase media cuyo mayor conflicto en la vida había sido elegir entre diversos pares de zapatos.
He ahí mi auténtico origen como narradora de éxito.
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