Vaya usted a saber en qué estaría pensando yo, o es que “no quiero acordarme”, cosa que diré haciendo mío el inmortal aserto con el que el ínclito don Miguel comenzara su magna obra. El caso es que advertí la posibilidad de una tecnología capaz de evitar deslices e infidelidades, sobre todo por parte de nosotros, los varones. La idea tiene que ver con realizar un implante cerebral mediante el que se instalaría un mecanismo electrónico, previamente puesto en marcha exteriormente, a fin de interrumpir los impulsos neuronales responsables de la erección. ¿Para qué? Para indisponer así al individuo de este modo tratado, de cara a todo acto libidinoso. ¿Beneficiarios? La pareja, hombre y mujer o dos hombres. ¿Por qué? Pues ella, en el caso de los heterosexuales, y uno de ellos considerando la pareja gay, por acuerdo de noviazgo, convivencia como pareja de hecho o vínculo matrimonial, dispondría del mando regulador de todo ese proceso, útil para estar a disposición amorosa sólo de aquellos que verdaderamente importan. Por cierto, un aparato capaz de originar en el novio o esposo, si este no desdeña las hieles del masoquismo, el deseo de apetencia súbita más práctico y funcional que los siglos de virilidad machista hayan visto nunca. Actualmente y cada vez más los procedimientos de control e identificación general aumentan en número y sofisticación de modo que no debiera extrañar la aparición de un producto así, de índole más personal, en el mercado. Por otra parte, no hay que olvidar la premura a la que nos obliga el acontecer diario. Nos embarcamos por laboriosidad o demanda social en una vorágine de compromisos que exceden lo que sería deseable para una sola jornada y no tenemos tiempo siquiera para lo más íntimo. A esta preciadísima, sin embargo, razón de lo que somos, dedicamos ese periodo expreso del fin de semana en el que se ha de elegir entre varias otras cosas igualmente postergadas. Ya se sabe: sábado sabadote... Por lo tanto, con la garantía de unos cuernos célebres al ser ignorados por su ausencia, y la respuesta automática, concisa y oportuna de una hombría a pleno rendimiento, una nueva era de paz y disminución del número de divorcios registrados- asunto que preocupa a quienes los padecen, en especial a causa de los grandes desembolsos económicos a que dan lugar- estaría al alcance de todos o casi todos los ciudadanos. Y además de práctico, sencillo. Es cierto que quienes sufren disfunciones eréctiles toman Viagra y otros que no alcanzan a llenar de sangre los cuerpos cavernosos de sus penes, incluso con la ayuda de la mencionada píldora, portan aparatos que estimulan el llenado de las oquedades dichas con una sustancia artificial que hay que activar de manera reversible tras el cese de los afanes humanos para los que se hubiera requerido tal presteza. Pues bien, ahora, conforme a la idea que expongo, es como pulsar un interruptor que conecte un circuito o lo interrumpa. Tan sencillo que, ya que ni los diputados y senadores hacen leyes eficaces, ni los doctos médicos y jueces valiéndose del juramento de Hipócrates o la legislación actual aciertan a mantener en prisión a criminales irredentos como el “violador del Ensanche”, peligroso delincuente que están a punto de soltar, no sé como no se le ocurrió a nadie antes: en manos de la policía, desactivar la entrepierna de muchos como el monstruo anterior, sería cosa dicha y hecha. Y, si alguno de ellos, de los violentos, muestra signos de verdadera reinserción y cura, con pasarse por comisaría con una declaración jurada de la compañera de turno dando fe del posible encuentro amoroso, todo solventado. En todo caso, en vez de salir ante el oportuno gatillazo con aquello de, “Nunca me había pasado antes”, bien podría escucharse, hoy no cariño, el implante no responde.
sábado, mayo 26, 2007
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