miércoles, mayo 02, 2007

HUMANIDAD: PRINCIPAL ARMA DE DESTRUCCIÓN MASIVA


Quince, dieciséis, tal vez catorce. Me refiero al número de ocasiones distintas en las que se puede quitar la vida según la justicia humana. Digo de las que registra Javier Krahe en su canción La Hoguera. Es posible, no me cabe la menor duda, que la cifra se multiplique de manera sustancial, no obstante, posibilidad a todas luces muy triste. Y hago estas consideraciones porque, ahora que se cuestiona el belicismo como supuesto resolutivo de determinados contenciosos, en estos momentos de Alianza de Civilizaciones y regreso al Pacifismo de los “sesenta- setenta”, cuando se estima que las armas ahora llamadas de “destrucción masiva” proliferan en manos de caudillos, dictadores y tiranos “exóticos”, en pleno debate acerca de si los gobernantes que tradicionalmente han tenido acceso a ese polvorín del infierno están capacitados para regentar la muerte como se presupone que podrían, se olvida, que basta un hombre, varón o hembra, solo, desnudo, sin otro auxilio que el de sus propias manos, para matar. Para cercenar la vida humana hasta el punto de hacer evitable su fin nada más en el caso de que se interponga ante tal empeño otro más fuerte. Por lo tanto, valorar si se estima eficaz o no el artefacto del que nos servimos para causar cuanto daño podamos, es tan equivocado como decidir entre los del banco rojillo y los del banco azulón, establecida la necesidad de la pieza dicha- a la que siempre denominamos obligación defensiva- la custodia de esa Santa Bárbara macabra. Porque no es la cuestión. Lo que debiera importarnos es conocer el propio latido de la violencia en cada individuo. Por qué el fracaso de los sistemas educativos y el armazón de las sociedades terminan por empujarnos en busca de la yugular del vecino a nada que este nos mira mal o interpretamos que nos miró mal. Y digo más. Quémense, destrúyanse todas las armas y utensilios que puedan ser considerados como tales aunque en su origen vinieran a ser nada más herramientas, bastones que el ser humano se ha ido dando para progresar. Pues bien. Incluso desnudos volveríamos a matar y a constituir el peligro más grande para nosotros mismos. Sabemos, y pruebas hay de ello, que casi cualquier cosa nos hace objetivo de la ira de un tercero: el color de nuestra piel, la indumentaria que utilizamos, la bandera a la que rendimos honor, el nombre del club de fútbol del que somos seguidores, una joya, un teléfono móvil, la opinión públicamente expresada, el entrecejo caído… Asombrarse de los brotes oportunos, de las oleadas violentas, se llamen guerras, opresión política, crimen organizado, asesinos en serie o alubión de los que derraman la sangre ajena en calidad de indeseables, es de muy simples. Levantar la voz sólo en contra de determinadas masacres, justificarlas o comprender a aquellos que las auspician o protagonizan, quizás porque son de la cuadrilla de uno, de un calibre moral más que discutible. Empecemos por demandarnos a causa de los daños mortales que pudiéramos causar, aunque esas vidas contra las que actuamos no desaparezcan. Basta con herir sin necesidad, conscientes y deseosos de lo que hacemos y actuar como tantos otros a los que repudiamos todos los días. Es lo que hay.




1 comentario:

peregrina dijo...

Toda la página es un deleite.
Gracias