Al igual que, durante los rodajes de las grandes producciones cinematográficas, se cuenta con la aparición de multitudes o grandes grupos de personas, además de actores y especialistas- los extras o figurantes- ¿serán asalariados del sol todos esos individuos, hombres, mujeres, niños, jóvenes, ancianos, votantes del PSOE o partidarios de la Conferencia Episcopal que consumen horas y horas a dos metros del desplome marino, con sombrilla y con toalla y con nevera y con abanico?... Parece incluso que hicieran de dique, de barrera contra el oleaje que, es verdad, incluso hoy que hay bandera amarilla, llega a los tobillos de las “hordas” dichas sumiso por más que convertido en espuma. Las olas cuando la mar se manifiesta enardecido son como carga de caballería, frente que se identifica por las albas crines de la bestia que acomete desde las mismas profundidades del misterio: una fuerza que rara vez amenaza en vano. Mas, si se opone la roca a tal imperio, estallan las crestas, claudican, se parten y, en confusión, el ejército queda en inofensiva comparsa. Fragor y violencia que, sobre las arenas en las que enraizaron tantos como los que designé empleados del estío, torna en mansa donación, muchas veces en saludabilísimo encuentro… El caso es que esta idea de subordinación casi anónima la he tenido contemplando el frenético ir y venir de los seres humanos que habitan las ciudades. Autos que pasan atravesando todas las calles, peatones que se dirigen no sabe nadie a dónde, y la presunción, la mía, de tratarse todo de una operación de imagen para que apreciemos el diario acontecer de nuestras vidas sin la desolación a la que obligaría la mayoría del tiempo con ciudadanas y ciudadanos sitos en su lugar de trabajo o en sus domicilios. “Triste es la visión de un frigorífico sin luz”, me dijeron. Un frigorífico con la lámpara que lo ilumina interiormente averiada. Y pensé que, desde el punto de vista del hambriento, más triste ha de ser un electrodoméstico así, pero vacío. Incluso la tristeza también de quien, por menesterosidad, carece de tales bienes. Sin embargo, el bienestar que debiera producirse al contemplar la “despensa” perfectamente dotada, queda deslucida, nunca mejor dicho, al sobrevenir un catálogo de grises y de sombras nada más abrir la puerta de un recinto que, entonces, más pareciera cueva, o baúl o escondite. Así pues podría decirse que las grandes urbes son cualquier cosa menos pusilánime presencia gracias a los comparsas desconocidos, que la luz del verano y el triunfo de las playas reside en la aplaudida contratación de coristas y la oportuna sustitución de una bombilla es origen de renovado optimismo y, posiblemente, pretexto para celebrar el momento con unas cervecitas. Una maravilla, una delicia esto de poder elegir ente tantas palabras como tiene nuestro idioma, el español, para expresar incluso lo más insulso. Hace unos días, recordando las veces que en los poemas de Alberti aparece el artículo determinado masculino o femenino para acompañar el término “mar”- el mar, la mar- considerando el valor y repercusiones de utilizar ambos universos a la hora de hablar de un mismo elemento, me di cuenta de las limitaciones, del empobrecimiento, sin embargo, de un inglés. Ellos disponen de una sola voz, en el caso referido, para tan distintas sensibilidades, y me temo todavía hoy que la grandeza de Shakespeare, en lo que afecta a los “castellanoparlantes”, debe ser producto del trato con los idiomas, al convertir sonidos y significados, que nos ofrecen los traductores. Estaría muy bien, por lo tanto, que se les conociera tan bien como se conoce a los autores correspondientes y en las reseñas críticas de los libros aumentara la importancia que se da estos orfebres de la palabra. Eso sí, Fernando Alonso terminó segundo en Silverstone, no sé si Nadal ha triunfado para desgracia de Federer en Wimbledom y Sabina canta “Yo no quiero domingos por la tarde”. Voy a poner unos clavitos y, tal vez, lograr un par de besos de merienda.
domingo, julio 08, 2007
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