La siesta, ese trámite de holganza que proclaman los sabios ahora casa de salud cuya medida es cosa de minutos o promesa de pijama y orinal como diría el maestro Cela. La siesta, a la que me entrego generoso y de la que han llegado a darme la voz con la que finalizan las siguientes rimas de Becquer a fin de que surta efecto lo inmediato y cese...
Por Gustavo Adolfo Becquer
Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
¡Ay! pensé; ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: «¡Levántate y anda!».
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