Lo retrata muy bien, año tras año, Antonio Fraguas, el Forges, en cada una de sus viñetas de verano. El verano, digo, y sus inconvenientes. Pero, claro, lo que para sus personajes de tinta sobre papel es motivo de desesperación o pesadilla y para quienes frecuentamos las andanzas de los mismos oportunidad de alegre regocijo, trasladar las dichas ficciones al acontecer diario de esas supuestas vacaciones entre julio y agosto, supone el acaloramiento inmediato- si las temperaturas permiten ese recrudecimiento térmico- el desgarro de las escasas vestiduras que se portan y un crujir de dientes cuyo desagradable sonido merezca la medida en decibelios que es propia de los aeropuertos. Porque experimentar en propia carne- origen de iracundas réplicas y nada contenido deseo de violenta venganza- el celo con el que viajeros y residentes se emplean a la hora de interrumpir el deseado descanso que algunos en verdad queremos, es episodio bárbaro, sea dicha la palabra conforme a la peor de sus acepciones posibles e imaginadas. Salvo que se fíe la vida de los dos meses del estío a un enclaustramiento aire acondicionado a toda máquina, para respirar un poco de aire- del aire natural aún no contaminado del que se disponga- es necesario permanecer expuestos hacia el exterior de las casas, reposando en las terrazas con las ventanas abiertas por si se produjera una dulce corriente que alivie la galbana. Y eso hace que haya que pechar con las estridencias del tráfico. Con el innecesario exhibicionismo “porno descerebrado” de los que sobre dos ruedas o cuatro logran conmover los cimientos de las casas tronando lo imbéciles que son al son criminal de los motores de las máquinas que ¿conducen?... Con el volumen de discoteca en la tele del vecino. Con los electrodomésticos destartalados de la parroquia comunitaria en concierto ininterrumpido de mañana, tarde y noche. Con la vocinglera tertulia de propios y extraños, más lógica entre seres que se encontraran a cientos de metros de distancia los unos de los otros. Etcétera, etcétera, etcétera. Verbenas ensordecedoras, partidas de parchís como día de mercado, aficionados a la pólvora y los petardos cuya pasión se agudiza después de las doce de la noche, en fin, que cada cual aporte su caso. Que cada cual se mire y mire lo que tiene alrededor. No le extrañe entonces que la paz no sea posible, que las muertes por todo tipo de razones- y no me refiero a las que la razón de la falta de salud alude- nutran con cifras de escándalo las estadísticas que de vez en cuando aparecen en los medios de comunicación. Que bobadas “buenistas” como la ONU, la ALIANZA DE CIVILIZACIONES que pregona ZP ofrezcan a diario una nueva faz de lo patético o huelan a chanza de taberna de tahúr los propósitos de unos y otros políticos en lo que se refiere a la justicia e igualdad que debiera haber entre seres humanos. Todo pamplinas cuando somos capaces de vocear nuestro contento, seguramente etílico, bien entrada la madrugada de tal manera que se tome nota de él de una punta a otra del barrio, si no de la ciudad. Todo memeces cuando minusvaloramos los derechos de los demás a costa de la satisfacción de algo que no toleraríamos en circunstancias intercambiables. Y es tan como digo que, desde ahora en adelante me sumo a los fieles partidarios de HERODES y sus métodos para tratar los problemas de natalidad y solicito, ante quien corresponda, que se conceda licencia para actuar a filo de hacha de leñador contra toda esa panda de irredentos pregoneros de la fanfarria indeseada. He dicho.
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