lunes, julio 02, 2007

Y ESTA NOCHE, CRUCIGRAMA


La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios, canta el coro en Pedro Navaja y, la verdad, es que la vida te enseña. Mucho más que “el libro de Petete”. Por más que abunde la desidia o caigamos en el impepinable error. En su día, por ejemplo, un servidor recibió las advertencias necesarias y desde entonces, hasta ayer noche, toda emulación de mi parte resultó notoria por su ausencia. Alardeé de grandeza ante el tablero de ajedrez, pronostiqué la humillación de mi rival a la vuelta de dos meses- fue hace más de veinte años- y, el chaval, recién llegado de la Universidad, saldó la pugna con veinte triunfos seguidos: jaque mate masivo que llevo tatuado en el alma desde aquellas fechas. Luego opté por la humildad… y seguí perdiendo: a la brisca, al tute, a las chapas, raquetas de por medio sobre una mesa o contra un frontón… Justo cual se conoce que hace honor al bienaventurado en amores. Precisamente, anoche mismo- cual daba cuenta hace un momento- constaté mi fortuna “cardiosentimental”. Fue que, tras el varapalo sufrido en torneo doméstico de Intelect- entretenimiento consistente en elaborar palabras con las letras que al azar hasta un máximo de siete se tienen, y disponerlas en un tablero como se hace con los crucigramas para lograr una puntuación vencedora- juego en el que siempre fui diestro si no campeón, mi rival y “bichita”- uno de esos términos cursis que intercambiamos los enamorados- propuso, como triunfadora que lo era, un nuevo reto: esta vez sin cuartel a naipes sobre tapete. Especialidad, chinchón. Chinchón, regocijo lúdico en el que cada uno de los participantes ha de casar sus siete cartas según distintas posibilidades antes de que lo haga el contrario de tal modo que sume puntos negativos hasta un límite previamente fijado. Una partida de chinchón que se inició con el triunfo absoluto de ella porque, tras unos minutos de toma y descarte declaró tener CHINCHON. Y tener Chinchón, ni es preludio de un convite al anís en copa, ni poseer el territorio de la muy noble villa madrileña. Tener chinchón, hacer chinchón, para los que son legos en las artes del casino, para los que desconocen la forma de jugar a esta modalidad de cartas, es haber casado las siete de un mismo palo y de modo consecutivo. Es entonces que no hay que jugar más. Si había contienda de por medio, quien hace chinchón gana… Pero, ante mis protestas- “no habíamos comenzado propiamente dicho, las cartas, conservadas en su estuche casi correlativas según los palos, aún no se habían separado”- concedió el inicio de una nueva “manga”. Reiteré mis aspiraciones en términos parecidos a los de aquella vez con los sesenta y cuatro escaques e hice hincapié- malaya- en el hecho de contabilizar la suerte de un chinchón digno de gloria cuando se da la voz en el brete de perder y con una cifra diferencial de puntos en contra muy grande. Pues bien, sobrepasadas las doce de la noche, con la mar en calma y la luna muy redonda, llena, anaranjada casi granate, sumando ella en su columna noventa y dos puntos- cuando era que a los cien se pierde- y escritos en la mía menos cincuenta y ocho, declara CHINCHÓN y quedo tan humillado como en estima inigualable. Porque bichita me quiere mucho, me consta. Y no hay que confundir las churras con las merinas: me ama a pesar de lo despiadado de su comportamiento como tahúr del Mississippi o por eso mismo sin duda. Por otra parte, ahora, que le he prometido unas partidas de ajedrez a distancia a mi muy querido sobrino pequeño, puesto que sé de su inconmensurable cariño hacia mí persona, rendiré mi rey cuantas veces el azar nos consienta en guerra de blancas contra negras. Otra oportunidad de amor- de ruina lúdica e intelectual- asegurada cual la que tendré esta noche: ¿quién resolverá antes el laberinto de enunciados propuestos en el autodefinido impreso en la prensa del domingo”?

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