He sabido de la tristeza que puede producir en ciertas personas un figrorífico cuyo interior esta sin iluminación y no digo que vaya a quedar aquí la cosa, pero me gustó más ver el sol retirándose, como ocurrira con la cara oculta de la luna, y hacer de la parte donde los destellos dejan de ser luz, un pálpito de sombras que delinea el rostro de lo amado e invita al ensimismamiento. Sin embargo, al final de la calle, sigue sonando, llama porque huele, la mar, el mar...
El mar
Por Pablo Neruda
NECESITO del mar porque me enseña:
no sé si aprendo música o conciencia:
no sé si es ola sola o ser profundo
o sólo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navios.
El hecho es que hasta cuando estoy dormido
de algún modo magnético circulo
en la universidad del oleaje.
No son sólo las conchas trituradas
como si algún planeta tembloroso
participara paulatina muerte,
no, del fragmento reconstruyo el día,
de una racha de sal la estalactita
y de una cucharada el dios inmenso.
Lo que antes me enseñó lo guardo! Es aire,
incesante viento, agua y arena.
Parece poco para el hombre joven
que aquí llegó a vivir con sus incendios,
y sin embargo el pulso que subía
y bajaba a su abismo,
el frío del azul que crepitaba,
el desmoronamiento de la estrella,
el tierno desplegarse de la ola
despilfarrando nieve con la espuma,
el poder quieto, allí, determinado
como un trono de piedra en lo profundo,
substituyó el recinto en que crecían
tristeza terca, amontonando olvido,
y cambió bruscamente mi existencia:
di mi adhesión al puro movimiento.
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