viernes, septiembre 07, 2007

CINE DEL SOL


Lo reconozco. Siempre quise ser una estrella de la interpretación. Un actor de los que se recuerda casi sin hacer memoria. En mi juventud tonteé con ese mundo, hice teatro en un grupo aficionado, incluso, junto con los compañeros de siempre, probé la profesionalidad, y luego, conforme el tiempo progresaba, habiendo de admitir el fracaso de mi sueño, satisfice mi vocación acudiendo a la llamada de viejos conocidos que necesitaban un meritorio para actos y presentaciones ocasionales. El caso es que la edad sumó tiempo y, olvidado prácticamente de tales oropeles, durante una conversación de bar, en uno de esos días en los que el alcohol fluye garganta abajo con la misma facilidad que la saliva, supe de una de esas cosas cuya difusión pertenece al mundo de la superchería. Ya se sabe: magos, hechiceros, "curalotodo", adivinadores, espiritualistas de nuevo cuño… Pero, claro, a mí me interesó el asunto cuanto puede el agua infecta de un charco al que se muere de sed. El tipo me dijo: "Si de verdad lo quieres, si estás convencido de ello más allá de la fe, entre las callejuelas más angostas del casco antiguo de la ciudad, encontrarás el Cine del Sol. Ni la puerta ni el letrero son de los que llaman la atención de lejos. Pagas una pasta, pero pagas. Solicitas la película que quieres ver… sí, casi a la carta. Te sientas en la butaca y esperas. Al cabo de unos minutos las luces oscilan, pero, en vez de apagarse, cobrarán intensidad hasta deslumbrarte, cual si las antorchas de la luz municipal fueran a quemarte las pestañas. Desaparecerás de tu asiento y estarás al fin en el interior.
En el interior. Dentro. Y yo quise, hubiera querido que fuera como miembro del reparto de películas inmemoriales, títulos del prestigio de Sólo ante el peligro, Cautivos del mal, La noche de la iguana, Casablanca, La diligencia, Luces de la ciudad…", estrenos con mi nombre entre los nombres propios del olimpo del cine. ¿Imposible? ¿Un engañabobos más?
Pues como se lo cuento don Olegario. Yo creí, al fin que, si Woody Allen era dueño de la supervivencia de sus personajes a un lado y otro de la pantalla, como Carrol con Alicia, así podría yo sustituir a John Wayne en Centauros del desierto mediante el sortilegio de ilusión y luz que me aseguraron se producía dentro del misterioso cine. Pero esto no, esto no es lo que quiero. Ustedes se habrán acostumbrado y sueñan con que algún estudioso, algún investigador, de esos que buscan notoriedad como cuando se hacen estudios sociológicos para afirmar solemnemente la nueva y recién descubierta verdad que bien tiene dicha de siempre don Pero Grullo, les mencione comparando la calidad, procedencia, y número de los extras que aparecen en la filmografía de Chaplin con los que hacen rol en las películas de Buster Keaton. Pero de "donnadie", encarcelado en esta matriz de celuloide, inmortalizado sí, pero en prisión, no: eso ya lo era la vida de civil que ahora añoro. Haré aspavientos, me desnudaré cuando el director grite acción, gritaré a destiempo, pero de esta salgo, ya verá usted que sí.

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