Dicen que son “pililunguis”, chicas que comercian con sus encantos físicos como forma de vida, sea ocasional o permanente. Y que una noche de las de éstas de verano, en compañía de dos clientes o presuntos admiradores, quizás a partir de las sospechas de estafa originadas en el magín de los “adonis nocturnos” antes mencionados, armaron un escándalo que ni Raphael a todo volumen. Sin embargo, sea como fuere que la totalidad del barrio, excepto los roncadores inconmovibles cual el aquí presente, supo del asunto, la calle estaba más animada al iniciarse la ronda de desayunos, con o sin churritos, correspondientes al nuevo día. A pesar de las molestias y la falta de sueño, unos con santa indignación otros con doctorada sentencia, aquellos arguyendo posibilidades, muchos apelando a la memoria y la tradición, todos conversaban y se paraban a perder algo de su tiempo comentando la jugada. Igual que se hace en día lunes tras sábado y domingo de liga. Pensé que durante las todavía vigentes jornadas del estío reparador, aunque las emisoras de radio y cadenas de televisión cumplen con su horario para regalarnos las páginas de sucesos que constituyen la actualidad de agosto, es necesario algo más que fuegos, accidentes de tráfico, ahogamientos, pronóstico de tormentas o cuales quiera de entre las prácticas salvajes y criminales que armamos los humanos contra los humanos, para lograr la cohesión social que parece perderse en cuanto uno ya no está en el lugar de donde es. Y unas “pililunguis”, pues sí, mire usted que sí. Parece cosa ocasional, pero sí. Porque anda que no hay vociferadores nocturnos, indesmallables partidarios del parchís a gritos, niños que piden “caca pedo pis” automáticamente cada diecisiete minutos y medio, canes iracundos a los que responden lastimeros canes, y toda otra suerte de pandilleros en tránsito quienes abusan del eructo o confunden el entorno con un zoo: “Si la música amansa a las fieras, cantemos compañeros”… Digo que los hay y se reproducen todos los días como las cucarachas sin conseguir tal clamor, tal anuencia de opiniones, tal unanimidad. Debe ser que las “pililunguis” obran un doble efecto en cuanto que su presencia se detecta. Por un lado, siendo como son la tentación para el hombre incluso casado, constituyen una especie de apestadas a las que se les culpará de todo lo peor. Mas, si no se pierde de vista el hecho que señalo, esta bondad de corral de vecinos que se saluda y se busca y se menciona y se entrega y se entretiene, la árnica de la que pueden servirse todos, producto del mismo fondo de armario de donde se toma la expeditiva crítica, cura, alivia y regenera. Debe ser como en la desgracia de finales de mes que no es la muerte de Francisco Umbral, maestro de las letras, gran escritor y periodista, sino el súbito y fatal desenlace, “en acto de servicio” de la vida del futbolista del Sevilla, Antonio Puerta. Idolatrado por la afición de su club, joven, muy joven, y todavía respetado, culmina su existencia en héroe, en mito. Tanto es así que incluso los adversarios más enemigos que en el deporte los hay y se distinguen en la violenta relación de sus seguidores, se hermanan en la desgracia. Se abrazan béticos y sevillistas y todos los deportistas se suman a ese fraterno coincidir. Luego, mañana, regresarán a sus diferencias, desencuentros y odios porque el ejemplo vale solo como una tregua, un obligado pacto social que no oculta la cerrazón de volver a lo que siempre hubo. Es una comunidad aglutinada por la injusta caída de sus campeones, pero dada a la fachada. En la otra, la de mi calle de verano, concluido el arrebato, salvo nuevos episodios de reprobable amoralidad, cada uno a su trinchera, a su ventana, a su balcón, a su terraza, pendientes de los “dimes y los diretes” del resto de la parroquia porque algo que se tambalea en casa ajena es caso de celebración a la hora de comer en la mesa de casa. Digo donde ocurra, pero ocurre. Es un territorio poblado por gentes capaces de reunirse sólo cuando sospechan del peligro a la vez que sus demonios hacen acto de presencia. En ambos casos, por desgracia, y considerando la presencia sobresaliente de negatividad, humanamente mediocre.
jueves, septiembre 06, 2007
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