viernes, septiembre 14, 2007

DE HUELGA DE BASURAS Y TAL


Pues señor, érase que se era una villa próxima a la mar. El nombre es irrelevante porque hubiera podido ser cualquiera. Uno de esos lugares en los que, si la hubo, desaparece la agricultura, la industria adormece en el sueño de los que dependen de matrices o proveedores extranjeros para sobrevivir y gana su pan con el sudor de vecinos y turistas bien rentabilizado en playas, restaurantes y hoteles. Mas, ese paraíso de bienestar y vacaciones peligra: el descontento de los trabajadores de la empresa adjudicataria de los servicios municipales de limpieza, les lleva a la huelga. Sus demandas son justas- o deben serlo porque, como se verá más tarde, son atendidas casi en su totalidad- y consideran que ésta es la última medida de presión que les queda para llegar a un acuerdo con sus empleadores. Para ellos el asunto es tan grave que, como sucede en otros sectores, los servicios mínimos son ignorados olímpicamente e incumplen la normativa: ya llegará el momento en el que, parte del pacto que se firme, se dé marcha atrás a los expedientes que la actitud de los trabajadores trae aparejada. Tampoco hubiera servido de mucho la intervención de unos pocos para evitar que las basuras se empiecen a acumular en las calles, lo que conlleva, en principio, vistas podo acordes con lo que una plaza cuya razón de ser pasa por la industria turística, y malos olores. Pasan así siete días y en boca de todos está el asco que produce lo que bien se pueden llamar vertidos callejeros, el perjuicio para comercios y hosteleros- no solo porque junto a las terrazas en las que se ofrecen comidas y aperitivos se alzan montañas de suciedad, sino porque el estado de la villa constituye una publicidad negativa de cara a la elección de la misma como destino veraniego- y la posibilidad de aparición de plagas- ratas- además de enfermedades. De pronto, el alcalde da muestras de vida, parece existir y atender asuntos terrenales, y dictamina que, si la empresa a la que se le paga por dar un determinado servicio no lo ofrece en las condiciones estipuladas mediante contrato, merece la pena desligarse del mismo- del contrato- y se dirige a los ciudadanos para solicitar su colaboración. “Mientras los directivos y trabajadores de LIMPIUSA”- pongamos que así se llama la concesionaria de marras- “dirimen sus diferencias, he dado orden de suspender el contrato por el que dicha empresa nos sirve y, bien en el caso del fin de la huelga o sea por nueva oferta del ayuntamiento, nuevo concurso, con vuestro alcalde a la cabeza, solicito que arrimemos el hombro para librar de suciedad nuestra hermosa villa”. Los contribuyentes, que sabían lo que se jugaban en el envite, formaron brigadas y poco a poco el exceso de basuras fue retirado. Tanto es así que las aguas retornaron a su cauce en LIMPIUSA, satisfechos todos en acuerdo bien firmado, y el aspecto de plazas y jardines de nuevo resplandeciente. Importa poco si los afectados concedieron o lograron tanto o cuanto, puesto que, como se sabe, tras un periodo mediano de tiempo durante el cual las partes se dicen incapaces de ceder, lo demandado en un principio se satisface con escasos matices y, sin embargo, hay algo que, fuera de narraciones fantásticas como la presente, sucede una y otra vez de manera dolosa: las huelgas tal y como siguen planteadas hoy en día, por más que sean un instrumento sin el cual los trabajadores permanecerían en desigualdad de condiciones frente a las empresas, descargan el cien por cien de los inconvenientes que producen sobre terceros, sobre los usuarios del servicio correspondiente. De modo que, convendría hacer realidad cuentos de hadas como el que acaban de leer, o exigir de los concernidos, trabajadores, empresarios y administraciones medidas nuevas para nuevos tiempos. ¿Es tan difícil?

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