jueves, agosto 13, 2009

MÁS MADERA, ES LA GUERRA


Bueno, vamos a ver… Nunca había experimentado algo así. Pero resulta que, en el caso de haber mantenido reservas en alguna ocasión acerca del gusto que tienen los levantinos por el ruido y la pólvora, ya no me cabe la menor duda. Como dijo Obélix: “están locos estos mediterráneos”. Es como si se hubieran juntado los intérpretes a la batería de las principales bandas de rock duro del mundo y además de reventar los pellejos muy profesionales ellos, admitieran el auxilio de una brigada de artillería que disparara salvas cual se haría en un concurso para dilucidar la pieza que dispara a mayor velocidad. Me dice incluso una nativa, que debe de estar en pleno orgasmo vivido con otros vecinos apostados por las terrazas de los edificios, que es muy, muy, muy bonito. Están, al parecer, abuelos, matrimonios, prole infantil y adolescente, todos echando leña al fuego o deleitándose con los decibelios y la humareda. Claro, luego les pones un aeropuerto cerca y los aviones pasando cada minuto y medio y protestan indignados: “Los aviones hacen un ruido insoportable”, afirman… Pero, se me invita, además, a ver algo que dicen es precioso, espectacular y conmovedor. Se llama la Palmera de la Virgen y, por lo que he visto en fotografías es un disparo de cohetes por millares o centenas de millar, que para el refocile y la explosión no hay crisis que valga, cuyas consecuencias son una lluvia incandescente semejante a las formas del árbol típico de la zona- yo lo veo como un sauce llorón- magnífica, emocionante y sentida. Para los de aquí puede que sea como un lindo desprendimiento de Perseidas con regusto a tueste. No obstante, con cachondeo y todo, parte de este acontecer que dicen festivo supone una dosis de perplejidad y preocupación considerable. Resulta asombroso que, en el ejerció de sus manías, gustos o celebraciones sagradas, la tenencia de material peligroso, pólvora, artefactos que explotan y proyectiles, esté generalizada. Incluso los críos intervienen en esta catarsis de combate. Pareciera que lo indicado es que este tipo de manifestaciones entre salvajes y trasnochadas sucedan con control y acotadas a una zona específica donde pueda disfrutarse por los que gustan de ellas hasta saciarse o morir. Porque, al igual que los toreros en la plaza, ¿qué mejor cosa, que logro y honor más grande que el perecer asaeteado por varas de junco recién empleadas para iluminar algo que debiera estar precisamente en penumbra a fin de ver las estrellas? Y lo que me preocupa también, es ese afán del aficionado a estas o a otras cosas, parece ser que placenteras de la vida, empeñados en que pruebes lo que no deseas, que aprecies bondad donde, en el mejor de los casos tu hayas solo indiferencia, y evites, en el caso de negar la gala o asistir a la misma para después criticarla, todo comentario adverso. Si te atreves a tal cosa eres un ignorante e insensible cabezón y torpe… De modo que, tecleo estas últimas letras, tengo las persianas de la casa bajadas para que entre el aire solo y si sobrevivo a este bombardeo ya me encargaré de comunicarlo. He dicho.

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