viernes, agosto 21, 2009
EL VENGADOR OLVIDO
Fue durante la adolescencia cuando leí EL CONDE DE MONTECRISTO, la gran novela de Alejandro Dumas. A partir de entonces apruebo sin reservas la idiosincrasia de quienes idean estratagemas y proceden de un modo, cuestionado a lo largo de la historia, es verdad, sujeto a rechazo y de inadmisible consecución, que entronca, a pesar de todo, con la necesidad de lograr reparo para aquello que no supo zanjar la Justicia. En resumidas cuentas: simpatizo con los que, sin prisas y tras un refinado plan, logran vengarse… ¿Por qué? Atiéndase a lo que sigue… Cuando la ley y el ejercicio de la misma resultan ser fraudulento ministerio, quizá porque el código y su empleo abundan en imprecisiones, dificultades prácticas, vacíos o irregularidades que benefician a quienes están en disposición de afrontar largos procesos, o premian a acreditados malhechores con la libre absolución, según interese al juez a la judicatura o la administración competente, se produce el inevitable trance de la amargura que multiplica el duelo. Y como no es tan sencillo encajar la desilusión, nadie se llama a engaño: surge la necesidad de intervenir y amartillar, sin intermediarios, ese clavo que saque al otro, el que nos duele, desde el principio quincalla corroída y sucia. Además, no es poca cosa la venganza. Devolver con creces una afrenta, deviene en brío que trasciende los límites de la ira para ser en sí la manifestación más ingeniosa de nuestro “reverso tenebroso”. Hacen falta, perspectiva, medios y dedicación. Y, sobre todo, en contra de lo que sucede literariamente- las aventuras de Don Juan Tenorio, valga la alusión como dramático conflicto, pierden interés para mí cuando empieza a perfilarse la hora en la que el sin vergüenza se salva- sobre todo, contumacia hasta el final de los actos. Sin embargo, me entero que se atribuye a Borges, el siguiente aserto: "Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón"… El olvido. El olvido como cauterizador de toda ofensa. Abismo que surge tras el justiciero de su propia justicia, cual manifestación telúrica que no admite puentes ni ningún otro tipo de plataforma sobre la que transitar. Y el olvido como medicina cuyo excipiente principal supone el desarraigo, sustraer toda referencia a lo que en alguna ocasión produjera intolerable quebranto: no hay rastros, no hay huellas, no hay caso. Lo diga el CSI o su porquero. Es, no obstante un recurso práctico y especialmente indicado para las personas que carecen de hacienda o financiación. Porque la venganza clásica requiere cierto tipo de inversiones. Levantar un entramado al servicio de aquella maniobra contra terceros que proporcione una satisfacción íntima, íntima e individual, y habilite la comparecencia del ejecutante como autor de la misma, allí, plantado ante el receptor de lo anteriormente urdido- justo cuando este advierte lo tarde que es para nada que no sea perecer- resulta complicado y caro, muy caro. Por eso Edmundo Dantés, gracias a la fortuna del ábate Faria, pudo llevar a cabo lo que anheló desde los calabozos del castillo de If… En todo caso la proposición del genio argentino, al que nombré líneas atrás, es demandante de laureles por su eficacia, idoneidad filosófica, nulo coste crematístico e improbable causa de responsabilidades penales. Por lo tanto, estoy en condiciones de asegurar mi dedicación en exclusiva al olvido: como dorso o cruz del amor, neutraliza las expectativas del otrora socio, cómplice, amigo o amante- si uno logra olvidar antes que quien nos ultrajó- y sana sin necesidad de hospitalización y evitando el concurso de galenos que se amparan en el psicoanálisis o íntimos súper protectores. Gracias pues, al compañero que ha compartido con tantos este bien de viejas voces. En consecuencia, ya lo he olvidado todo.
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