sábado, agosto 15, 2009

TARDE DE MAR EN VERANO


Desde luego, el mar sabe lo que se trae o se lleva entre aguas, sí. Lo he visto… No era una botella con mensaje, el plástico casa mal con el protocolo romántico de la comunicación a ciegas. No, se trataba de un recipiente demasiado grande, de los que los fabricantes ofrecen como medida familiar. Por la etiqueta supe que contuvo un refresco y, puesto que nadie lo reclamaba, se había convertido en un objeto de deshecho abandonado por quienes consumieran su contenido. Por ellos o por quien quiera que fuera su dueño en ese momento. El caso es que, “abducido” en primera instancia por las lenguas de agua que surgen del declive de lo que fue orgullo ondulado, el envase progresó alejándose de la orilla, de, como dice Silvio Rodríguez, la arena: “roca que luego es multitud del agua buena”… Sin embargo, mientras pensaba, tras mi baño, en el imperdonable descuido que culmina en basura, propio de tantos entusiastas del sol por mor de la metamorfosis epidérmica al tueste, la botella acabó varada sobre las ruinas de una fortaleza de ilusión según la arquitectura infantil de toda la vida. La mar desautorizaba ese daño igual que se mostró inflexible con los dos bañistas que perecieron, irrespetuosos y temerarios- dos días antes- al desafiar la ley de la costa y el sentido común: juegan con su vida y violentan la vida ajena quienes ponen en riesgo su existencia al sumergirse en las aguas de un mar embravecido. Con bandera roja no se hace. Aunque incluso hay padres que en tales circunstancias admiten la ruleta rusa de la marejada también para sus hijos… Una pena. Niños que se ven conducidos sin rechistar a, digamos, ritos de iniciación, en el agua, mediante la pólvora, con los toros, sin dejar de ser niños, no adolescentes, sólo niños. Pero era la mar lo que importaba. Su misterio, su belleza, su sonido, su olor, su temperatura, sus tonos y colores. Y ella tomaba el sol, sentada, hermosa como siempre, risueña, desvestida de alegre oportunidad, de encarnable bien y lozanía húmeda. La sal y la luz cifraron, podría decir, el número de su eterna juventud. Así que, estuve tranquilo, contento de estar allí y más feliz que en otras ocasiones por cualquiera de sus besos. Fue como cuento. Es lo que sucede cuando todo lo que podemos advertir se recibe sin reservas y queda con nosotros como el rastro imborrable del amor por la vida.

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