lunes, septiembre 25, 2006

CIELO


Algunos, si es que existe, merecen el cielo. Y no me refiero a gran parte de la especie humana... Del escritor leonés Juan Pedro Aparicio...

CIELO

Iba por el bosque con mi perrita cuando la perdí de vista, algo bastante frecuente y que sólo me preocupaba cuando estábamos cerca de la carretera, como era el caso. La llamé con insistencia, silbé, pero no acudió. “Boni, Boni” –seguí voceando. De repente, de entre la espesura vi correr hacia mí a un perro. Tenía ese trote saltarín, con las orejas subiendo y bajando, que obedece a la llamada del cariño. Pero no era Boni, aunque, cuando llegó a mí, intentó encaramárseme. Se trataba de una perrita común de pequeño tamaño, con la piel negra y blanca. Le hice una caricia y seguí llamando a Boni. Enseguida vi venir a otro perro, un setter de color cobre, de magnífica estampa cazadora, que también se acercaba jubiloso. Y, mientras la perrita y el recién llegado me hacían carantoñas con sus saltos, moviendo los rabos como hélices, yo seguía voceando el nombre de Boni. Un tercero apareció. Era un cachorro de apenas dos meses, gris y juguetón. Mi padre me había regalado uno igual, un perro lobo, decía él, cuando yo era niño y se me había muerto de parálisis un mes después. Lo llamábamos Tobi. Algo confundido, insistí en mi llamada, y sólo cuando vi venir a dos perros más empecé a comprender. Eran Freak y Bolo, los últimos que había tenido, que se acercaban con idéntico alborozo. Entonces reconocí también a todos los demás. Con cuánta emoción abracé a mi perrita Lista, la primera en venir, que seguía lamiéndome la cara, y a la que, siendo yo muy niño, mató un coche; a Sol, el perro de Franquito, el único que murió de viejo; a Tobi, el pobre cachorrillo que llevé imprudentemente a un baño en el río. El médico me había prevenido contra las emociones fuertes y tuve miedo de que mi cansado corazón fuera a estallar, incapaz de soportar el júbilo que el abrazo de todos los perros que alguna vez había querido me provocaba, saltando y brincando sobre mí. Faltaba, sin embargo, Boni. Y, cuando la vi acercarse a la carrera, con ese trote que es una declaración de amor, ya sabía que estábamos en la otra vida.

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