sábado, septiembre 30, 2006

ESTACIONAMIENTO


El semáforo ni parpadea. Aún la misma luz. Pies quietos. Tranquilidad. Sin prisas pero sin pausa, suave... ¡Verde! Primera, segunda, tercera y... segunda de nuevo para abordar la primera curva: giro de noventa grados, y que no aproveche nadie para tomar la delantera. ¡Eso, repetir las maniobras en voz alta me tranquiliza! ¡No, ahora no, miserable: es mi sitio! Bueno, así, no te pases... Segunda y, nuevo giro... ¡Atención! Es en esta recta cuando conviene ser preciso y diligente para no pifiarla. Sobrepasar el objetivo es una complicación seria pero relativamente importante. Aseguraron que se darían tres oportunidades... Tercera y... nada, esta vez nada. Vuelta a empezar. Segunda, primera y semáforo en rojo... Este minuto me desasosiega. Confío en que, todo lo más, si es que se ha producido la anhelada partida, de lugar a un solo estacionamiento. Regresar a las afueras de nuevo para mendigar otra vez la puñetera tarjeta de circulación urbana, es algo que no sé si podré soportar. Ser alguien en esta vida, merecer tiempo y lugar, dejar para siempre los suburbios, tiene que ver- ¡quién lo iba a decir a principios de este tercer milenio!- con lograr ese pase. Y la licencia de marras permite un asiento ante los operadores laborales, quienes han de formular la oferta de trabajo que corresponda y concesión automática de residencia. ¡Trabajo y casa, el gran sueño! Sin embargo, conforme el dichoso salvoconducto de rodaje, el futuro depende de la pericia de cada uno: lograr la ocupación de una plaza para aparcar en la vía pública es la llave de todo... ¡¡Aparcar, aparcar!! Dijeron que habían muerto dos y a uno le despidieron por desfalco. Así pues, quedan tres sitios en esta calle. ¡Casi nada, paralela a las grandes arterias de Metrópolis! ¡Una aval de oro, la garantía esperada!... Verde de nuevo, ¡allá vamos!

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