miércoles, septiembre 13, 2006

EL CUENTO DE LA LECHERA


El cuento que se leerá, es obra de una jóven que firma RNHIMLA- escrito en minúsculas- en la página LOSCUENTOS.NET. Si se le puede dar lectura ahora aquí es porque, a jucio del responsable- uno mismo- merece estar entra tanto otro bueno como de firmas ilustres está hecha la selección de escritos ajenos que corresponde a este BLOG.

He dicho.


El cuento de la lechera

Nada hay de nuevo en mí. Todo cuanto me adorna, desde los pómulos altos y marcados hasta los pequeños dedos de los pies, procede de ella. No quiero negar que también mi padre tuvo algo que ver, pero su presencia se limita a la forma de los ojos, a los dientes, las manos y unos pocos centímetros más. Esto último discutible, porque también puede ser debido a una mejor alimentación. Así, mientras cenamos: la miro y me veo. Y es como tener una imagen tridimensional de mí misma dentro de cuarenta años. Descubro que no van a surcarme arrugas profundas. Mi piel seguirá teniendo un aspecto frágil y ese tacto suave como de tocar delfines, y su color como un inmenso tapiz de rojos y blancos con toda su gradación. Los ojos profundos y soñadores, se verán un poco más pequeños, pero igual de intensos. Voy a ser redondita y frágil, apacible y bonita. Sonrosadita como una manzana. Me pregunto si mi expresión será igual de dulce que la suya. Si me seguiré riendo a carcajadas, moviendo todo el cuerpo de forma incontenible hasta casi llorar. Cruzo mentalmente los dedos para que así sea. Recuerdo el refrán: “A partir de los treinta, cada uno tiene la cara que merece” y prometo hacerme feliz todos los días de mi vida. A partir de hoy, sin dejar uno. Sé de lo utópico de mi deseo, también sé de lo utópico de mi carácter. Me pregunto como sería yo, de no haber sido por ella. Nadie en el mundo tiene más paciencia. Ni un solo bofetón en la infancia. Por eso, cuando habla tiene toda mi atención y mi respeto. Pero yo tengo un deje impaciente que ella no tiene. A veces, sin querer, pierdo los nervios: mal pronto, rápido y certero. Cuestión de carácter supongo, y no sé si tal vez, eso, haga de mí una viejecita gruñona. Adiós a la expresión angelical y al aire distraído como de maestra de niños. Imagino mis rasgos: duros y secos. La mirada torva y un montón de verrugas enormes. Los niños me huirán, y se creará una leyenda negra alrededor de mi casa. Vestiré siempre de negro, y llevaré un bastón con empuñadura de plata, porque, ya se sabe que la maldad envejece y además encorva la espalda. Todo ello me pregunto, mientras cojo tallarines con el tenedor. Los enredo y me los llevo a la boca , sin prestarles atención. En el viaje, uno de ellos, el más travieso, se me cuelga de la camiseta y allí se queda pegado. Totalmente inmóvil, como disimulando su presencia. Cojo una servilleta y cuando voy a retirarlo, de reojo, veo una mancha verde en la blusa de mi madre. Un ataque de risa, la sacude de los pies a la cabeza. Una risa clara y cristalina que al cabo empieza a parecerse al motor de arranque de algunos coches. Tan contagiosa que empieza a dolerme la tripa de reír. Me coge una mano, entre hipidos, y me cuenta algo incomprensible que hace que me ría aún más. Me acaricia con mucha suavidad los dedos y luego sigue riéndose a carcajadas -Te pareces tanto a tu padre...- me dice cuando por fin puede hablar. Y por un momento, no me parece para nada encantadora...

rnhimla

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