viernes, septiembre 15, 2006

LA BARBILLA DE KIRK DOUGLAS

Mi admiración por Alvite viene desde que le descubrí hace mucho, mucho tiempo, en las páginas del desaparecido Diario 16. Sus crónicas desde el Savoy y su columna ALMAS DEL NUEVE LARGO, son un clásico...



La barbilla de Kirk Douglas

Por José Luis Alvite

Nadie está libre de sufrir la autoridad de un jefe tosco e insensible cuyo destino más razonable habría sido pillar sífilis por leer tebeos de Mafalda sin ponerse el pijama y las manoplas. Padecí a unos cuantos así. Recuerdo el caso del redactor jefe de un importante periódico que consideraba un derroche de higiene periodística limpiar mis textos de cualquier asomo de criterio propio. Me harté de escribir cosas ásperas a sabiendas de que aquel cretino no perdería ocasión de tacharla con esa mezcla de estupidez y arrogancia con la que los idiotas tratan de imponer su autoridad aun a sabiendas de que lo que hace realmente inmorales muchas frases no es la pluma, sino las tijeras. Se daba la curiosa circunstancia de que en el mismo periódico no era raro leer artículos en los que sus autores citaban textualmente frases de grandes escritores en las que el contenido era casi siempre más escabroso que en las ocurrencias que a mí jamás se me permitía. Supuse entonces que aquel redactor jefe tan mediocre lo que consideraba inaceptable en mis artículos no era exactamente el contenido, sino su origen casi anónimo en la mano de un periodista provinciano y sin reputación. Pensé entonces que una gonorrea, por ejemplo, era socialmente más aceptable si quien la padecía era alguien ilustre y cotizado, porque en ese caso dejaba de ser una enfermedad venérea para convertirse en un interesante dato biográfico, casi en un rasgo heráldico, en un matiz peculiar y distintivo, como podría ser en Kirk Douglas aquel simpático y malicioso hoyuelo en la barbilla. ¿Cuál podría ser la solución? Bien fácil: repetir mis frases más escabrosas pero ahora introduciendo como variante "de prestigio" una falsa paternidad. ¡Santo remedio¡, aquel idiota no volvió a cortar una sola de mis líneas. A partir de entonces me permití disfrutar de mi libertad de opinión aún a sabiendas de que tendría que atribuir todas y cada una de mis frases a Oscar Wilde, a Bertrand Russell, a Baudelaire, a Bernard Shaw, a...¿Cómo habría de atreverse aquel memo a censurar una blasfemia salida de cualquiera de aquellas manos ilustres y libres con las que era como si se masturbase Dios con los cinematográficos guantes de "Gilda"? ¿Osaría aquel idiota quejarse de que Dios no se pusiese condón para crear a la mujer? Me sentí feliz, pero en cierto modo sufrí durante mucho tiempo el dolor de una especie de exilio mental por tener que atribuir mis pensamientos a la mente de otros hombres, algo parecido al decepcionante placer mundano que siente de madrugada el tipo solitario que canta en el karaoke a sabiendas de que la chica a la que pretendía deslumbrar con "Delilah" frente a una pantalla, en realidad solo se estaba entusiasmando con aquellos labios de Tom Jones que sonreían en las pausas con esa pizca de cólico y suculencia con la que el limón le contrae el mioma a las ostras. Muchas veces pienso en mi amarga situación de entonces y no dejo de maldecir el recuerdo de aquel miserable que me obligaba a escribir como si fuese otro, seguramente porque era uno de esos imbéciles que solo consideran legítimos e importantes los sueños que un hombre puedan tener durmiendo en la cama de otro.
Fue una suerte que aquel tipo cambiase a tiempo de pasto y de cuadra. Había perdido los mejores años de mi vida escribiendo para sus tijeras, pero por suerte para mí, todavía estaba vivo y salí adelante. Creo haberme repuesto emocionalmente, aunque a veces me tienta entrecomillar mis propios pensamientos y atribuirle a San Agustín cualquiera de esas frases que por ásperas y sentimentales parecen leídas a la escabrosa luz de la marihuana en el retrete del Papa. Supongamos que a iniciativa mía me lo dijo de madrugada un fugitivo en un garito: "Nunca entenderé que a una fulana del arroyo le ocasionen desprestigio en el catre cualquiera de esos cosas que en una película francesa solo le causarían caché"...

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