domingo, febrero 04, 2007

LA BUFANDA


Me regalan una bufanda. Una de esas, dice mi benefactora que, además de abrigar, confiere un aire intelectual a su portador. La pierdo. Seguramente en la primera salida nocturna, ocasión de verificar la vitola dicha de pensador ilustrado. Alguien la encontraría entre la montonera de ropa que ocupaban una bancada sita frente a la barra del local objeto de nuestro ocio pecador, así nos viera doña Elena Salgado. Pero obtengo indulgentes demostraciones de cariño y una nueva “chalina”, tapabocas que obraría gala o mejor que la anterior, sin menoscabo de operar los efectos de cobertor propias de su uso. Y ahora estoy desorientado. No sé si lucirla al modo del “estilista”, optar por las artes del “escapista”, comparecer como un “clásico” entre los clásicos, dejar que se me tome por “novato”, de “europeo” reafirmarme en la continentalidad desde hace tiempo pretendido nuevo emporio sociopolítico, con “dos coletas” ataviado por comodidad, o servirme de las formas “nudo de corbata”, "Lawrence de Arabia", “serpiente”, “corbata informal”, “Jedi” o “el ahorcado”. Porque, según se puede leer en las páginas de la revista Magazine que se acompaña a la venta los domingos con el diario El Mundo, son las doce maneras más conocidas de llevar la prenda objeto de toda esta preocupada redacción. Llevarla de un modo o de otro, parece ser, dirá de quien la vista que “no tiene otro fin salvo el estético”; se es calculador cual lo indica el “toque de sofisticación no intencionado” de un nudo tan en boga; aparece con el único fin de sentirse abrigado o desea se le conozca por inconformismo, inseguridad y desocupación; lo consciente que se es de lo prístino de aquello que le concierne; la faceta femenina y proclive a la elegancia de su personalidad; el aire de “rebelde sin causa” con el que habitualmente se conduce; una inclinación a lo de toda la vida sustanciada en la reinvención de lo ya conocido; al postularse como perteneciente a la tribu de los elegantes pero informales; cual quienes desestiman ocultar “un poder económico o social”; o quiere dar altavoz a los rasgos de sofisticación y buen gusto que aseguraría son un atributo indiscutible. La elección de cualquiera de esas formas hará que represente un rol incluso ajeno a mis pretensiones y, dado que va a ser así, porque la moda de encontrarle explicaciones de indescartable calado psicológico a los actos humanos menos trascendentes se ha impuesto, ocurre que tampoco me encuentro fielmente representado en las categorías hasta ahora reconocidas. Puede ser que me sienta rebelde y desocupado y no sé si llevar dos bufandas o solicitar asesoramiento a fin de lograr un nudo mixto. El caso es que, de momento, hasta aclararme en esta encrucijada, he tomado la decisión de posponer el uso del “bendito” trapo y guardarlo en un lugar a la vista, eso sí, dentro de las cajoneras de mi armario. A veces enterarse de las cosas, de lo que son y llegan a suponer, es originario de toda clase de conflictos y vale más ponerse en manos de quien sí que sabe y salir airoso de tales lides: cariño, ¿estás ahí?

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