martes, febrero 13, 2007

LA SAETA o CONTRA SAN VALENTÍN, EL OLVIDO

En un gesto de última hora hice por encontrarme con todos los vendedores ambulantes de rosas, de esas disciplinadas flores de nocturnidad romántica revestidas de papel “como se llame”, y ya sé que los orientales perdieron la exclusiva en lo que a la distribución comercial de las mismas respecta. Pero, mientras reparto sorbos de ese vino que la ministra pretende prohibir en la corola de cada planta, para los enamorados y enamoradas de ocasión y cumplimiento que son los que hacen buena la leyenda y determinan la prosperidad de los vendedores de abalorios y baratijas, pueden acompañarme en el siguiente razonamiento… ¿No es cierto que San Valentín tolera a Cupido, Eros, y a sus flechas, como justificación y evidencia de todo lo que, según creen las gentes, tiene que ver con el amor? ¿No es verdad que invocar al dios romántico por excelencia sin antes haber rendido homenaje al de la belleza, Apolo, porque el deseo no ha de resistirse a lo hermoso, sería inicio sentimental escasamente propicio? Y si es así, conociendo que fue Febo quien con su olímpico esfuerzo levantó los muros de la ciudad de Troya, fortaleza perdida a manos de Menelao, Agamenón, Aquiles, Hércules y todos los demás guerreros griegos que combatieron por culpa de Helena, la mujer más hermosa del mundo, raptada por Paris con la ayuda de Afrodita, dueña de la manzana de Eris obtenida tras juicio en el que dictó sentencia el interesado secuestrador, el amor, lo hermoso, San Valentín, tienen su reverso en la que desde Teseo fue por todos deseada. ¿Por qué? Porque, luego de la Guerra de Troya y del regreso al lado de su rey, la historia de la bella Helena se hace más y más oscura y sobre ella prevalece el olvido. ¡El olvido! Ya lo dice el bolero: “Ódiame por piedad yo te lo pido/ ódiame sin medidas ni clemencias/ odio quiero más que indiferencias/ porque el rencor duele menos que el olvido…” Por lo tanto, sin antipatías o enconos, el olvido nutre a los que rechazamos el catorce de febrero y sus melifluos fastos. Olvidamos especialmente en este día porque si accedemos a la liturgia de la felicitación, los intercambios de regalos, y la pose tontita hasta el babeo, si entronizamos y hacemos inigualable lo que debiera ser, en esencia, empeño, pulsión, alarde, simpatía desde cada amanecer al ocaso, damos por sentado que prestar los servicios correspondientes durante esta fecha, explica, palia, todo otra dejación o flaqueza ocurrida trescientos sesenta y cuatro jornadas antes. Así es que, amor por obligación no, a pesar de lo de las rosas concedidas al principio- que no era otra cosa que un señuelo- y, cuidado: este febrero que ahora media puede ser anticipo de ceniza y no dulzor de media naranja. Que si el Carnaval también está próximo, llega doña Cuaresma, dama que, aunque pudiera ser también prohibida, en el ejercicio de sus funciones y desde un balcón cualquiera puede arrancarse cantando por Serrat, y esa sí que será saeta.

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