Parece algo muy nuestro ir en procesión a todas partes. Salimos así cuando por convicción religiosa, simpatía costumbrista o gusto estético cultural, participamos en los ritos festivo patronales y de Semana Santa. Conducimos unos detrás de otros a la hora de iniciar el éxodo de las vacaciones. Nos encaminamos “penitentes” hacia los centros comerciales, parques temáticos e incluso museos, cuando los altavoces propagandísticos nos avisan de la reunión extraordinaria que supone la presencia de unas piezas antes ya en las pinacotecas. Y vamos en procesión al Corte Inglés en navidades, para preparar las galas de los niños y niñas de Primera Comunión- menos mal que esta sociedad tiende al laicismo que sino…- cual ahora, encomendándonos a Cupido pues es ley de San Valentín, y en busca de la prenda preciosa triunfante entre los atuendos vestidos pronto en las calles del Carnaval. Sin embargo, ya que otro de nuestros pecados es el escaso tino que tenemos a la hora de conciliar humores, éste último tropel peligra. Digo el de los alborotos que trae aparejada la fiesta loca entre la locura de las fiestas… Juan Cruz, por ejemplo, escribe acerca de tal posibilidad en El PAÍS: “En Tenerife, y sobre todo en Santa Cruz, el Carnaval existe antes que el ruido. Es la fiesta más popular, la que convive con la ciudad, y con la isla, como una especie de sortilegio que cambia el humor, por largo rato, y durante mucho tiempo, acaso demasiado. Es, también, una fiesta democrática, que se hace en la calle porque la gente de la ciudad, y de las islas, hace la alegría en la calle. No es una tradición: es la vida. No es que el Carnaval represente la vida, exactamente, pero a fuerza de ser natural, casi congénita, esa fiesta es un hábito. No la siguen todos pero la noticia de que se puede interrumpir les afecta a todos.”… Porque es noticia la suspensión cautelar que ha dictado un juez en Santa Cruz de Tenerife. Un grupo de ciudadanos demandó al ayuntamiento de esa plaza a causa de los ruidos que se producen por causa de los desfiles, bailes y estancias festivas propias de las conmemoraciones de esta parte central del invierno. Y ahora, la procesión de marras, puede verse sometida a un régimen superior y más estricto cual quería ser ese icono de la enfermera retratada y puesta en pared de los hospitales, solicitando silencio con un muy característico gesto. Y se discutirá quien lleva razón. Se pondrá en solfa la actuación del magistrado. Se tildará de aprovechados a los demandantes. Se acusará de insensibles a los ediles… Todo antes de pararse a pensar y encontrar la solución más justa. Justa por traslado de actividades, por salvaguarda de los afectados, a quienes quizás no les venga mal alojarse y pernoctar durante esas fechas en un hotel pagado por el común de los que salen en procesión, o cualquier otra que armonice todas las sensibilidades. No hay que olvidar la necesidad de expansión de las gentes siempre y cuando no conculquen el derecho al descanso y la tranquilidad de sus semejantes. Y para lograr tales efectos hace falta deseos de recomponerse e imaginación... La cuestión es que vino a mi mente este acontecer de la actualidad cuando, por urgencias urinarias de la noche, de regreso a mi lecho, pues tengo la costumbre de dormir con la ventana abierta- protegido con la persiana- incluso en invierno si no hace mucho frío, escuché unas campanas. Debió ser un móvil de esos que consisten en unos cilindros de metal que chocan entre sí o son golpeados por otra pieza suspendida en el aire como los dichos. Y me di cuenta de la imposibilidad de ese trino metálico como sujeto auditivo a otras horas. La procesión de los silencios, la bendita reducción de abocinados que trae aparejado el cese de actividad solar directa- porque el silencio absoluto tal vez sea linde de la locura más introspectiva- viene cuando la media noche ha dictado su sentencia de plata a toda luz, a medias o en cuartos. O debería venir. Y siendo como es que llega, percibir la levedad de los otros latidos de la vida puede llegar a ser conmovedor. Prueben a escuchar entonces. Prueben y, al amanecer, salgan en procesión a sus asuntos. Con máscara, como en el Carnaval de todos los días.
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