viernes, abril 06, 2007

ECONOMÍA DEL FAR WEST


El euro, en su día, digo aquel en el que fue moneda adoptada por toda la Unión Europea, supuso para mí, sobre todo, la posibilidad de despejar una duda que tenía desde muy niño. Y así fue porque hasta tal advenimiento, en especial cuando se proyectaban en televisión películas del oeste y otras relacionadas con la historia, vida y ficción de los Estados Unidos, era incapaz de comprender la escala económica de valores que manifestaban los hombres y mujeres, personajes de tales películas. Porque, a ver, consideraban, por ejemplo diez mil dólares, una suma equivalente, pudiéramos decir, al montante de un millón de las rubias de entonces. Con esos diez mil se prometían lujos sin cuento y un porvenir de lo más aseado. Y, claro, a mí no me salían las cuentas. Luego, la llegada del nuevo cuño trajo aparejada una verdad a la que habría que adaptarse sin demora: en una misma pieza se reunía ciento sesenta y seis de las antiguas. Tan difícil o tan fácil como trasladar esa operación de cambio a la divisa americana y finalizar mis antiguas cuitas. Por lo demás, aunque los voceros de la nueva edad o vieja del dinero se empeñen en glosar el triunfo de las finanzas, a ras de taberna, de cafetería de las de más de ochenta céntimos la taza, a ras de mercado, de “hiper”, lo único cierto es que el poder adquisitivo de los administrados, de usted también, se ha reducido grandemente. Dirán: “Hombre, no es cierto, el progreso desde hace veinticinco años atrás es más que evidente”. Y será complicado de rebatir porque, es verdad, hay mas edificios que nunca, más coches que nunca, la gente sale de vacaciones y casi sin faltar aprovecha festividades y “puentes” para viajar, los servicios que se prestan al ciudadano se amplían constantemente, las infraestructuras posibilitan el tráfico por carretera y ferrocarril con más fluidez… Pero faltaría más que así no fuera. La pregunta es si es suficiente, si las inversiones nos acercan o nos separan de lo que es media en el resto del continente. Porque los sueldos en Europa son mayores que los que aquí nos hacen “mileuristas” dándonos con un canto en los dientes. Y los bienes de primera necesidad se aprecian en un porcentaje mayor que el que se designa tolerable para los salarios a fin de no perjudicar la economía. Los expertos, las autoridades económicas del gobierno, con las estadísticas en la mano, obrarán la prestidigitación que corresponda y creeremos que tenemos en el bolsillo más dinero del que en realidad tememos. Pero es eso, solo truco: con las estadísticas, las mismas, se puede poner una vela a Dios y otra al diablo sin que parezca que cualquiera de las dos opciones excluye a la otra. Recuerden los números de las elecciones: todos ganan y si pierde alguien, es el otro. La verdad es que la cesta de la compra, el precio del garbanzo que decía Fraga, aumenta y el sobre de cada mes… vale, la cantidad escrita en el cheque, es la misma. A eso debieron atenerse los comentaristas que se quedaron con la anécdota del precio del café que no tenía por qué haber sabido el presidente Rodríguez y no a la circunstancia de un coste céntimos arriba o abajo. Él pecó al ir de “sobrao”, que se dice ahora, como aquellos tipos de negro y facilidad para desenfundar a las primeras de cambio por toda réplica que mostraron las viejas películas del Far West. Pero lo importante es verificar que con un euro hoy, se adquieren menos cosas que antes. Y mañana menos aún: los de las hipotecas ya lo saben.



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