Pasan los días y llueve al fin. En este territorio levantino quería y el Palmeral permanecía seco. Dirán que, llover, llover, sólo como al final de la tarde del viernes, ocasión tormentosa sobre Crevillént y Albatera, pero llueve. Hubo torrijas después de la siesta y es que no hay nada como permenecer un rato sobre esta parte excelente de la vida y celebrarlo con un dulce. De la Carne en salsa, memorable, que nos sirvió Maru, solo elogios dignos de un tratado de gastronomía. Así pues...
LA SIESTA
Por Juan Gil- Albert
Si alguien me preguntara cuando un día
llegue al confín secreto : ¿qué es la tierra?
diría que un lugar en que hace frío
en el que el fuerte oprime, el débil llora,
y en el que como sombra, la injusticia,
va con su capa abierta recogiendo
el óbolo del rico y la tragedia
del desahuciado: un sitio abrupto.
Pero también diría que otras veces,
en claras situaciones alternantes,
cuando llega el estío y los países
parecen dispensar la somnolencia
de un no saber por qué se está cansado,
mientras vibra en lo alto, alucinante,
un cielo azul, los frutos se suceden
sobre las mesas blancas, y entornados
los ventanales, frescos de penumbra,
buscamos un rincón donde rendirnos
al dulce peso, entonces sí, diría
que la tierra es un bien irremplazable,
un fluido feliz, un toque absorto.
Como una tentación sin precedentes
hecha a la vez de ardor y de renuncia.
Una inmersión gustosa, un filtro lento.
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