Aupada sobre el alcor, la res de hierro contempla una nutrida peregrinación de domingueros. Desfilan en ese tramo de la carretera saliendo de Madrid, aclaración que a algunos les parecerá redundancia: “Son domingueros porque residen en Madriz, madrizleños, tontos en procesión merecedores del calificativo que los uniforma a toda máquina por los caminos del asfalto…”. Y son estos tontos rodantes los que logran la atención del toro. De, el Toro de Osborne, que pasó de ser representación, reclamo comercial de una marca de licores, a icono cultural español y por ello perdonado como no lo fueron otros carteles publicitarios desde 1988. Y el toro, que a buen seguro se aburre, entretendría sus horas a la luz de una jornada como la que se relata, correteando tras la marabunta urbana. No lo hace porque la ley le consagra y le retiene, le salva pero le apresa. Y no quiere faltar a la ley. No puede, pero descarta cualquier atisbo de insumisión. Sin embargo, al paso de la caravana, desde un turismo cualquiera, la pizpireta pelirroja que se asoma por la ventanilla, grita imitando el desafío del matador: “¡¡Eh, eh toro!!”. Y el morlaco, silencioso y elegante, mueve imperceptiblemente la cola, orgulloso de su estampa: mereció la pena.
sábado, abril 07, 2007
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2 comentarios:
Gracias por facilitarme la dirección de tu blog y permitirme con ello seguir disfrutando de la lectura de tus textos.
Un saludo.
Julia.
Gracias por facilitarme la dirección de tu blog y permitirme con ello seguir disfrutando de la lectura de tus textos.
Un saludo.
Julia.
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