domingo, abril 29, 2007

EN LA CONCORDIA




Porque me estoy acordando ahora, hago inventario de aquella tarde de sol. Predominaban los vehículos de cuatro ruedas, entre todos los que, sin motor, circulaban por aquella plaza. Nidos en los que viajaban pasajeros de terno azul o atavío rosa, conducidos por mujeres, madres, abuelas, tías, tal vez hermanas. Pocos hombres, esa es la verdad, aunque habría que decir en su descargo que todo lo que se relata sucedió entre las dieciocho horas y las diecinueve quince de la tarde: todavía horario laboral. Ellas se quejarán porque, atender a los hijos, incluso dando un paseo durante una tarde cualquiera, nunca mas debiera ser un inconveniente para los padres. Celebradas las nuevas leyes las excusas del varón carecen de sentido casi totalmente. Por eso, más valiera que aleccionaran a sus hombres en tanto que, como el día a día demuestra, los sistemas educativos no progresan en la transmisión de los hábitos y costumbres que debieran ser de dominio popular, sentido común y ambición de justicia. El caso es que, además de cochecitos y bicicletas, los peatones, fueran en busca de asiento sobre un banco o sin otro interés que el de caminar, abundaban en número y presencia. Estaba el grupo de jubilados que disputaban un partido de petanca. El cuarteto de “musolaris”, ávidos de órdago y amarracos. Los forofos del balompié. La nueva pléyade tenista ejercitándose para jugar sobre mesa y los muchos chavalines y chavalinas que se aupaban a columpios, toboganes y otros aparatos recreativos al aire libre mientras sus madres, abuelas, tías, tal vez hermanas, con un ojo puesto en el infante acompañado y el otro en el objeto- humano- de sus ganas de “palique” montaban guardia. Jóvenes, sobre todo chicas, conversan y se hacen confidencias. Parejas que permanecen amorosas cuando sucede lo mejor de la tarde. Ancianas que toman el aire sostenidas del brazo de una cuidadora árabe o eslava, seguramente honradas en lo que respecta a su trabajo pero difícilmente eficaces a causa de las barreras del idioma. Gente sola o solitaria. Personas con intenciones desaconsejables, quizás pendientes del descuido ajeno para lograr alguna ventaja. Tipos como el que redacta esto, necesitábamos un intermediario, y nosotras, las palomas. Con el necesario mobiliario urbano, el templete de la música, las mesas de la terraza hostelera, árboles, parterres, islas de césped y fuente ornamental iluminada o no, la plaza dicha, el Parque de la Concordia lo es de nombre y acreditado de la misma identidad. Porque están todos. Y si faltan llegarán más tarde. También los que dejan sus desperdicios fuera de las papeleras y propician con su escaso civismo que las ratas del aire, como nos llaman, tengamos algo más que comer. Porque, con las migas de la bollería industrial que meriendan los niños acabaremos desnutridas y poco saludables de cara a la imagen romántica de la ciudad… Es lo que hay, hoy, entre las dieciocho horas y las diecinueve quince de la tarde.

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