sábado, marzo 03, 2007

BANDERAS


Pocos son, pero todavía se engalanan balcones los días de fiesta. Digo que se hacía más con pendones, y, no sé si es que cambian las costumbres o existe el temor de la coincidencia, así te vistes, luego eres así, pero empieza a ser complicado advertir tal manifestación en las fachadas de los edificios urbanos y rurales. Sí, y debe ser porque se ha agudizado el axioma según el cual quienes portan una bandera constitucional, una bandera de España, es simpatizante o fiel ejecutor de las ideas de derechas. Tanto que, conforme a esa razón, el arquitecto, quizás el aparejador, el jefe de obra o demás encargados de las labores que viene haciendo posible el edificio de Bienestar Social que se construye cerca de mi domicilio, deben ser partidarios de don Mariano Rajoy. ¿Por qué? Pues, lo explican al admitir que se enarbola una enseña española cuando sucede lo que en términos de albañilería se llama “cubrir aguas”. Se enarbola o se enarbolaba, que, como la celebración de las balaustradas a la que aludía al principio, ya extraña comprobar los usos dichos. De modo que, si un edificio está del todo techado y por tradición flamea el blasón “rojigualdo” la fiesta del ladrillo es del PP. Quienes simpatizan con la izquierda preferirían la utilización oficial de la bandera republicana y la “otra” es sólo atribuible a las hordas conservadoras que el Forges pinta en sus dibujos con aspecto de señor calvo, orondo y gafas de sol negrísimas. Pero que nadie se engañe. Las banderas son instrumentos carentes por sí mismos de todo otro predicamento que no sea atribuible, en realidad, a quienes hacen uso de ellas. Es en función de lo comúnmente decidido, de aquello en lo que un grupo está de acuerdo, que sirven las banderas como símbolo. “Nosotros somos de una condición, de un sentimiento, afines a esta idea y, todos a una, hacemos camino distinguiéndonos así”, se dice. Sin embargo, es patente que no hay razones, ni estandartes bajo los que permanecer en paz y persuadidos de trabajar por un bien común. Legales sí, pero, en España, nada que nos aglutine ciertamente. Es verdad que ante las cámaras de televisión, durante un partido de la selección nacional- o estatal- de fútbol, se ven agitados multitud de pabellones y da la impresión de haberse suspendido el encono por obra y gracia de los “galácticos” del momento. Luego, terminado el festejo, se olvida lo que fue ilusión de noventa minutos o unas pocas jornadas en el caso de haber sido el resultado del encuentro favorable a los intereses del balompié patrio. Lo demás son cuentos en el peor sentido de la palabra, como en aquel poema de León Felipe. Incluso el “amigo español”- seguramente por ello estigmatizado cuantas veces tuvo que escuchar este trato- el independentista Carod Rovira, cual fue denominado durante su reciente visita a la India, prescindió de toda divisa a fin de evitar incidentes diplomáticos. Así que no está bien portar un guión o ser usuario de gallardetes en actos o manifestaciones públicas. Los de la izquierda te tomarán por facha monopolizador de un emblema que es de todos- ellos, precisamente por ser de todos la tienen a buen recaudo no sea que se desgaste- y los de la derecha, si no la vistes de ropa interior- o la llevas impresa en los tirantes como Fraga- lo tienen claro: eres un rojo indeseable que persigue sin cesar el regreso de la República. El caso es que con las banderas también se juega y se manipula, y bajo ellas se cobijan acontecimientos atroces. En los cines estos días puede comprobarse mediante dos películas extraordinarias dirigidas por Clint Eastwood: BANDERAS DE NUESTROS PADRES y CARTAS DE IWO JIMA son los títulos. Asunto de dos bandos. Como dos bandos hay aún en España.

No hay comentarios: