Pedro, el chulo
Por Zalín de Luis
Son las siete de la mañana. El bar está lleno. La hora del desayuno es el momento del día de más trabajo. Todos los clientes tienen prisa. Se han despertado con las sábanas pegadas, queriendo hacer sangre a la almohada. Acuden al bar con la hora justa, pero suficiente, para tomar un café. Los camareros saludan, comentan a vuela pluma la última noticia sobre el fútbol, dan órdenes a la cocina para que preparen panes tostados, bollería, salsa de tomate, mantequilla y mermelada para untar, también gritan raciones de churros, muchos churros, porras, y alguna que otra pieza de fruta, qué raro, ¡¡¡una pieza de fruta!!! Debe ser la comanda de alguna de las chicas de la peluquería. Una comanda de dieta, sana, sin duda alguna. Está claro que para esta batalla de detalles, tazas, vasos, idas y venidas, hay que valer, y en hostelería, quien para esto sirve, quizás no sirve para otras funciones, aunque sean más simples. Pedro es ágil, rápido, solícito y tiene una memoria capaz de retener todas las combinaciones posibles para servir el café. No es labor pequeña. Es el empleado idóneo que, además, sabe mantener las distancias con el cliente, pues conversa y anima, pero pasando por encima de las cosas, levemente, sin ofender. Sin ofender conversando, que quede claro, porque Pedro ofende con el silencio y luego da la puntilla con una frase, como los chulos auténticos, como quien torea. Ofende con gestos y frases cortantes, ofende cuando le viene en gana, pues el albedrío de un chuleta es muy complicado. Esa es la única pega que se le puede hacer a Pedro, que es un chulo complicado, no le basta con la chulería ordinaria, la del común cuando nos salimos de tono. Había que haberle visto el pasado lunes, día aciago debió de ser. La barra estaba llena. Los clientes con prisa. Entró Mariano, policía, cliente habitual, correcto, educado y discreto. Buscó un hueco en la barra donde poder acodarse. Pidió su café. Pedro ya sabía como lo tomaba. Su petición se confundió en el aire con otras frases, otras peticiones, saludos, comentarios, en fin, no debió de oírle, pues Pedro pasó de largo hacia el otro extremo de la barra, sin fijarse en nada ni nadie. Pasó de nuevo, y Mariano le volvió a pedir el café, sin más, sin dar importancia al olvido, dadas las circunstancias. Regresó Pedro al cabo del rato, aun sin saludar, sin fijarse en él, regresó, digo, y le sirvió dos cafés. ¿Para que traes dos cafés? Yo sólo quiero uno, dijo Mariano, sin acritud, pero extrañado. De ninguna manera, Mariano, tu me has pedido dos cafés, que lo que escuchado perfectamente, y ahora te los vas a tomar. Dijo Pedro, el camarero chuleta, más o menos el día antes de dejar de trabajar en el bar.
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