Me entero que se llama ciruelo. Ciruelo mirobolán, en español, y en latín prunus cerasifera o prunus myrobolana. Es un árbol originario de Asia Central y los Balcanes, de hoja caduca. Tiene las flores blancas, de cinco pétalos, antes en las ramas que las hojas, durante los meses de marzo y abril. Y ofrece frutos rojos y amarillos, más gruesos que las cerezas, de sabor dulce. Quedé al corriente, cómo no, tras intensa consulta con el señor GOOGLE. Un tiempo de búsqueda que resultó rentable hasta el punto de proporcionarme el verdadero nombre de la primavera. Porque “ella”- la estación climatológica- oficialmente o no si se consideran fechas y solsticio, tomó las calles de mi barrio, por lo menos a mis ojos, felizmente alba cuando la tarde del martes y trece de este mes de marzo estaba en todo su esplendor: entonces un desfile de leñosos abanderados saludaban con la encalada corola de sus flores al tráfico de chóferes y peatones propio de la Avenida del Ejército a esas horas. Una eclosión festiva que invitaba a desligarse de compromisos y obligaciones, a clausurar la jornada de trabajo y ralentizar todo actividad para contemplar con sosegado gozo el triunfo de la naturaleza. No fue así y la ciudad continuó con su pulsión de todos los días puesto que sólo la violencia indeseable es capaz de suspender lo previsto de lunes a viernes. Impresionará superlativamente la floración de los cerezos en Extremadura y tal vez diera lugar a alguna conmoción, pero no nos concedemos privilegios cuales los dichos a pesar de lo mucho que se requiere de compromiso y conservación ecologista al ciudadano. Merecemos un planeta mejor y tiempo para alegrarnos de la maravilla. De la cercana y de la lejana, sobre todo si se piensa que la globalización puede traernos bondad e inteligencia… Me refiero a la costumbre japonesa de ver las flores. Ellos, como los paisanos del valle del Jerte, celebran, desde finales de marzo a primeros de abril, “la puesta de largo” de los árboles dichos y llaman a esa fiesta HANAMI*: ver las flores. Una excusa para “hacerse natural” siquiera por las horas que se le consiga hurtar a los engranajes de producción que constituyen nuestra muy moderna vida… El caso es que esos voluntarios de la belleza me reconciliaron con el tiempo y sólo una cierta amargura, un mal sabor de boca resultante de la insatisfacción que me producía reconocerme ignorante, hizo las veces de pequeñísima piedra molestamente alojada en el zapato. Valía lo percibido por todos los festejos invernales que quedaron atrás y era confirmación de la proximidad de las lilas, de las margaritas, de las amapolas en los campos y de la pasarela del amor de las rosas en la Rosaleda. Pero heme allí sin voz con la que designar el privilegiado anticipo de luz y color que será necesario aprovechar antes de que los fuegos del estío rindan calcinándolo, todo atisbo de poesía. Luego, ya al anochecer, concluida la “empresa” de la que daba cuenta al inicio de este aserto, Puedo decirlo otra vez. La primavera llegó. Llegó, lo proclamo como los ciruelos: disfrútese y no se dejen pasar los días sin una oportunidad para detenerse y respirar al mismo ritmo que lo hace La Tierra.
martes, marzo 13, 2007
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